The Project Gutenberg eBook, La señorita de Trevelez, by Carlos Arniches y Barrera

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Title: La señorita de Trevelez

 

Farsa cómica en tres actos

 

Author: Carlos Arniches y Barrera

 

Release Date: January 12, 2017 [eBook #53947]

 

Language: Spanish

 

Character set encoding: UTF-8

 

***START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA SEÑORITA DE TREVELEZ***

 

E-text prepared by
Carlos Colon, Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box,
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Nota de transcripción

Índice

 

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Cubierta del libro

[p. 1]

LA SEÑORITA DE TREVELEZ



[p. 3]

LA SEÑORITA DE TREVELEZ

FARSA CÓMICA EN TRES ACTOS

ORIGINAL DE

CARLOS ARNICHES


Estrenada en el TEATRO LARA de Madrid, la noche del 14 de Diciembre de 1916

Ilustración de adorno

MADRID
R. Velasco, impresor, Marqués de Santa Ana, 11, dup.
TELÉFONO, NÚMERO 551

1916


[p. 5]

A Emilio Thuillier con un efusivo
y fraternal abrazo. Fra ter nal...

Carlos.

Madrid Diciembre 1916.


[p. 6]

REPARTO


PERSONAJES ACTORES
FLORA DE TREVELEZ   Srta. Alba (L.)
MARUJA PELÁEZ     Herrero.
SOLEDAD   Sra. Illescas.
CONCHITA   Srta. Ponce de León.
D. GONZALO DE TREVELEZ   Sr. Thuillier.
NUMERIANO GALÁN     Isbert.
MARCELINO CÓRCOLES     Ramírez.
PICAVEA     Manrique.
TITO GUILOYA     Mihura.
TORRIJA     Ariño.
PEPE MANCHÓN     Peña.
PEÑA }   Mora (S.)
MENÉNDEZ
CRIADO     Pacheco.
DON ARÍSTIDES     Balaguer.
LACASA     Mora (J.)
QUIQUE     Gómez.
NOLO     Rubio.

La acción en una capital de provincia de tercer orden.—Época actual


Derecha e izquierda, las del actor


[p. 7]

Ilustración de adorno

ACTO PRIMERO


Sala de lectura de un Casino de provincias. En el centro una mesa de forma oblonga, forrada de bayeta verde. Sobre ella periódicos diarios prendidos a sujetadores de madera con mango, y algunas revistas ilustradas españolas y extranjeras, metidas en carpetas de piel muy deterioradas, con cantoneras metálicas. Pendientes del techo, y dando sobre la mesa, lámparas con pantallas verdes. Junto a las paredes, divanes. Alrededor de la mesa sillas de rejilla.

Al foro, dos balcones grandes, amplios; por cada uno de ellos se verá, toda entera, la ventana correspondiente de una casa vecina. Dichas ventanas tendrán vidrieras y persianas practicables. Las puertas de los balcones del Casino también lo son.

En la pared, lateral derecha del gabinete de lectura, una puerta mampara con montante de cristales de colores.

En la pared izquierda, puertas en primero y segundo término, cubiertas con cortinas de peluche raído, del tono de los divanes. Todo el mobiliario, muy usado.

En el lateral derecha, en segundo término, una mesita pequeña con algunos periódicos que todavía conservan la faja, papel de escribir y sobres. Entre la mesa y la pared, una silla. En lugar adecuado, un reloj.

Es de día. Sobre la pared de la casa frontera da un sol espléndido.

ESCENA PRIMERA

MENÉNDEZ, el criado de enfrente. Luego TITO GUILOYA, MANCHÓN y TORRIJA.

Al levantarse el telón, aparece Menéndez con el uniforme de ordenanza del Casino y zapatillas de orillo, durmiendo, sentado detrás de la mesita de la derecha.[p. 8] Se escucha en la calle el pregón lejano de un vendedor ambulante, y más lejana aún, la música de un piano de la vecindad, en el que alguien ejecuta estudios primarios. Un criado, en la casa de enfrente, limpia los cristales de la ventana de la derecha. La otra permanecerá cerrada. El criado, subido a una silla y vistiendo delantal de trabajo, canturrea un aire popular mientras hace su faena. Por la puerta primera izquierda, aparecen Tito Guiloya, Manchón y Torrija. El primero es un sujeto bastante feo, algo corcovado, de cara cínica, biliosa y atrabiliaria. Salen riendo.

Man.

¡Eres inmenso!

Tor.

¡Formidable!

Man.

¡Colosal!

Tor.

¡Estupendo!

Tito

Chits... (Imponiendo silencio.) ¡Por Dios, callad! (Señalándole y en voz baja. Andan de puntillas.) Menéndez en el primer sueño.

Tor.

¡Angelito!

Man.

(Riendo.) ¿Queréis que le dispare un tiro en el oído para que se espabile?

Tor.

¡Qué gracioso! Sí, anda, anda...

Tito

(Deteniendo a Manchón que va a hacerlo.) Es una idea muy graciosa, pero para otro día. Hoy no conviene. Y como dice el poeta: ¡Callad, que no se despierte! Y ahora... (Se acercan.) Ved el reloj... (Se lo señala.)

Tor.

Las once menos cuarto.

Tito

Dentro de quince minutos...

Man.

(Riendo.) ¡Ja, ja, no me lo digas, que estallo de risa!

Tito

Dentro de quince minutos ocurrirá en esta destartalada habitación el más famoso y diabólico suceso que pudieron inventar imaginaciones humanas.

Tor.

¡Ja, ja, ja!... ¡Va a ser terrible!

Man.

¿De manera que todo lo has resuelto?

Tito

Absolutamente todo. Los interesados están prevenidos, las cartas en su destino, las víctimas convencidas, nuestra retirada cubierta. No me quedó un cabo suelto.

Tor.

¿De modo que tú crees que esta broma insigne, imaginada por ti?...

Tito

Va a superar a cuantas hemos dado, y las hemos dado inauditas. Va a ser una broma tan estupenda que quedará en los anales de[p. 9] la ciudad como la burla más perversa de que haya memoria. Ya lo veréis.

Tor.

Verdaderamente a mí, a medida que se acerca la hora me va dando un poco de miedo.

Man.

¡Ja, ja!... ¡tú, temores pueriles!

Tor.

¡Hombre, es una burla tan cruel!...

Tito

¡Qué más da! La burla es conveniente siempre; sanea y purifica; castiga al necio, detiene al osado, asusta al ignorante y previene al discreto. Y sobre todo, cuando como en esta ocasión escoge sus víctimas entre la gente ridícula, la burla divierte y corrige.

Man.

Eres un tipo digno de figurar entre los héroes de la literatura picaresca castellana.

Tor.

¡Viva Tito Guiloya!

Tito

Yo, no, compañeros... Sea toda la gloria para el Guasa-Club, del que soy indigno presidente y vosotros dignísimos miembros.

Man.

¡Silencio!... (Escucha.) Alguien se acerca.

Tor.

(Que ha ido a la puerta derecha.) ¡Don Marcelino... es don Marcelino Córcoles!

Tito

¡Ya van llegando! Ya van llegando nuestros hombres. Chits... Salgamos por la escalera de servicio.

Man.

Vamos.

Tito

Compañeros: Empieza la farsa. Jornada primera.

Todos

¡Ja, ja, ja!...

(Vanse de puntillas, riendo, por la segunda izquierda.)

ESCENA II

MENÉNDEZ y DON MARCELINO por primera derecha

Marc.

(Entrando.) Nadie. El salón de lectura desierto, como siempre. Es el Sahara del Casino. Menéndez dormido, como de costumbre; pues, ¡vive Dios! que no veo señal de lo que en este anónimo y misterioso papel se me previene. Anoche lo recibí, y dice a la letra... (Leyendo.) «Querido Córcoles: Si quieres ser testigo de un ameno y divertido suceso, no faltes mañana a las once menos cuarto, al salón de lectura del Casino. Llega y espera.[p. 10] No te impacientes. Los sucesos se desarrollarán con cierta lentitud, porque la broma es complicada. Salud y alegría para gozarla.—X.» ¿Qué será esto?... Lo ignoro; pero está la vida tan falta de amenidad en estos poblachos, que el más ligero vislumbre de distracción atrae como un imán poderoso. Esperaré leyendo. Veamos qué dice la noble prensa de la ilustre ciudad de Villanea. (Busca.) Aquí están los periódicos locales, El Baluarte, La Muralla, La Trinchera. ¡Y todo esto para defender a un cacique!... El Grito, La Voz, El Clamor, El Eco. Y estotro para decir las cuatro necedades que se le ocurran al susodicho cacique... (Deja los periódicos con desprecio.) ¡Bah! Me entretendré con las Ilustraciones extranjeras. (Coge una y lee.) U, u, u, u, u... (Don Marcelino al leer produce un monótono ronroneo que crece y apiana alternativamente y que no tiene nada que envidiar al zumbido de cualquier moscón. Menéndez sacude el aire con la mano como espantándose una mosca. Las primeras veces don Marcelino no lo advierte y sigue con su ronroneo. Al fin observa el error de Menéndez.) ¿Qué hace ese?... (Llamándole.) Menéndez... (Más fuerte.) ¡Menéndez!

Men.

(Despertando.) ¿Eeeh?...

Marc.

No sacudas, que no te pico.

Men.

¡Caramba, señor Córcoles! Hubiera jurado que era un moscón. (Se despereza.)

Marc.

Pues soy yo. Dispensa.

Men.

Deje usted; es igual.

Marc.

Tantísimas gracias.

Men.

¿Pero cómo tan de mañana? ¿Es que no ha tenido usté clase en el Estituto?

Marc.

Que los chicos no han querido entrar hoy tampoco.

Men.

¿Pues?...

Marc.

Es el cumpleaños del Gobernador civil.

Men.

¡Hombre! ¿Y cuántos cumple?

Marc.

El año pasado cumplió cincuenta y cuatro; este año no sé, porque es una cuenta que le gusta llevarla a él solo. ¿Ha venido el correo de Madrid?

Men.

Abajo estará.

Marc.

Pues anda a subirlo, hombre.

[p. 11]

Men.

Es que como a mí no me gusta moverme de mi obligación.

Marc.

No, y que además tú, cuando te agarras a la obligación no te despierta un tiro.

Men.

(Haciendo mutis.) ¡Qué don Marcelino, pero cuidao que es usté muerdaz! (Vase segunda izquierda.)

ESCENA III

DON MARCELINO. Luego PICAVEA, puerta derecha.

Marc.

Bueno, y cualquiera que me vea a mí con este periódico en la mano cree que yo sé alemán; pues no, señor. Es que me entretengo en contar las pes, las cús y las kás que hay en cada columna. ¡Un diluvio! ¡Qué gana de complicar! ¡Para qué tantas consonantes, señor! Es como añadirle espinas a un pescado.

(Entra Pablito Picavea, mozo vano y elegante, con una elegancia un poco provinciana. Entra anheloso, impaciente. Es sujeto rápido de expresión y de movimientos.)

Pic.

Buenos días, don Marcelino.

(Deja el bastón y el sombrero, mira por el balcón de la izquierda, consulta su reloj, lo confronta con el del salón y empieza a revolver entre los periódicos.)

Marc.

Hola, Pablito. ¡Qué raro!... ¡Tú por el gabinete de lectura!

Pic.

Que no tengo más remedio.

Marc.

Ya decía yo.

Pic.

(Rebuscando entre los periódicos.) ¿Está El Baluarte?

Marc.

Sí, aquí lo tienes. (Se lo da cada vez más asombrado.) ¡Pero tú leyendo un periódico! ¡No salgo de mi asombro!

Pic.

Que no tengo más remedio. Quiero enterarme de una cosa.

Marc.

¿Ciencias, política, literatura?

Pic.

¡Ca, hombre! Que quiero enterarme de una cosa que va a pasar en la casa de enfrente; y para ello cojo el periódico; ¿entiende usted? le hago un agujero como la muestra, (Se la hace.) y por él, sentado estratégicamente,[p. 12] averiguo cuándo se asoma Solita, la doncella de los Trevelez. (Hace cuanto dice colocándose frente a la ventana de la derecha y mirando a ella por el roto del periódico.)

Marc.

¡Ah, granuja! ¡Conque Solita! ¡Buen bocadito!

Pic.

Eso no es un bocadito, don Marcelino, eso es un banquete de cincuenta cubiertos.

Marc.

Con brindis y todo... Pero lo que no me explico es lo del agujero que haces en el diario...

Pic.

Muy sencillo. Como Solita tiene relaciones con el criado de la casa, que es un animal, con un carácter que se pega con su sombra, yo vengo, agujereo la sección de espectáculos y a la par que atisbo, evito el peligro de una sorpresa y la probabilidad de un puñetazo, ¿usted me comprende?

Marc.

¡Ah, libertino!

Pic.

¡Si viera usted Los Baluartes que llevo agujereados!

Marc.

Eres un mortero del cuarenta y dos.

Pic.

Calle usté... ¡Ella!... La absorbo como una vorágine, don Marcelino. ¡Verá usté qué demencia!

Marc.

Yo os observaré desde aquí. (Coge un periódico.) Me conformaré con El Eco.

Pic.

No, que es muy pequeño, coja usted La Voz.

Marc.

Cogeré La Voz. (Coge el periódico «La Voz». Mete los dedos, arranca un trozo de papel, hace un agujero y mira.)

ESCENA IV

DICHOS y SOLEDAD, por ventana derecha

Con unos vestidos y una mano de mimbre se asoma a la ventana y comienza a sacudir, cantando el couplet de «Ladrón... ladrón...»

Pic.

(Por encima de «El Baluarte».) ¡Chits... Solita!

Sol.

(Dejando de sacudir y cantar.) ¡Hola, don Pablito, usted!

Pic.

Perdona que te hable por encima de El Baluarte... pero hasta vista así, por encima, me gustas...

[p. 13]

Sol.

Que me mira usted con buenos ojos...

Pic.

Gracias. Oye, eso que cantabas de ladrón... ladrón, digo yo que no sería por mí, ¿eh?

Sol.

Quiá. Usted no le quita nada a nadie...

Pic.

Eso de que no le quito nada a nadie, es mucho decir.

Sol.

Digo en metálico.

Pic.

En metálico, no te quitaré nada, pero en ropas y efectos no te descuides. (Ríen.)

Sol.

¿Y qué, leyendo la sección de espetáculos?

Pic.

Sí, aquí echando una miradita a los teatros.

Sol.

¿Y qué hacen esta noche en el Principal?

Pic.

(Con gran malicia.) En el principal no sé lo que hacen. En el segundo izquierda sé lo que harían.

Marc.

(¡Muy bueno, muy bueno!)

Sol.

¿Y qué harían, vamos a ver?

Pic.

«Locura de amor.»

Sol.

¿Y eso es de risa?

Pic.

Según como se tome. A la larga, casi siempre. Y oye, Solita, ¿vendrías tú conmigo al teatro, una noche?

Sol.

De buena gana, pero donde usté va no podemos ir los pobres, don Pablito.

Pic.

Es que yo, por acompañarte, soy capaz de ir contigo al gallinero.

Sol.

¡Ay, quite usted, por Dios!... Una criada en el gallinero y con un pollo... creerían que lo iba a matar...

Marc.

(Riendo.) (¡Muy salada, muy salada!)

Sol.

(Por don Marcelino.) ¡Ay! ¿pero qué voz es esa?

Marc.

(Asomando por encima del periódico.) La Voz de la Región... una cosa de Lerroux, pero no te asustes...

Pic.

Oye, Solita...

Sol.

Mande...

Pic.

No dejes de salir esta tarde, que tengo gana de estrenar dos piropos que se me han ocurrido.

Sol.

¡Ay, sí!... A ver, adelánteme usté uno al menos.

Pic.

Verás. (Se asoma y habla en voz baja.)

Sol.

(Riendo.) ¡Ja, ja, ja!...

(Sale el criado y furioso y violento coge a Soledad de un brazo.)

[p. 14]

Criado

¡Maldita sea!... Adentro.

Sol.

Ay, hijo... ¡Jesús!

Pic.

(Cubriéndose con «El Baluarte».) ¡Atiza!

Marc.

(Idem con «La Voz».) ¡El novio!

Criado

¡Hale pa dentro!

Sol.

¡Pues hijo, qué modales!

Criado

Y más valía que en vez de estar de palique con los sucios del Casino...

Marc.

(Detrás de «La Voz».) Socios.

Criado

Sucios... Te estuvieras en tu obligación. Pa adentro.

Sol.

¡Pero hijo, Jesús, si estaba sacudiendo!

Criado

Ya sacudiré yo, ya... ¡Y menudo que voy a sacudir!

Marc.

¡Qué bruto!

Pic.

(Sujetándole el periódico.) No levante usted La Voz, que le va a ver por debajo.

Criado

Y en cuanto yo consiga verle la jeta a uno de esos letorcitos, va a ir pa la Casa de Socorro, pero que deletreando. ¡Ay, cómo voy a sacudir! ¡A cuatro manos!

(El criado cierra los cristales. Se les ve discutir acaloradamente. Él dirige miradas y gestos amenazadores al Casino. Al fin hace una mueca de ira y cierra maderas y todo.)

Marc.

¡Qué hombre más bestia!

Pic.

Habrá usted comprendido la utilidad de El Baluarte.

Marc.

Como que a mí me ha dado un susto que he perdido La Voz.

ESCENA V

DON MARCELINO y PABLITO PICAVEA

Pic.

Bueno, pero al mismo tiempo habrá usted comprendido también, que a ese monumento de criatura le he puesto verja.

Marc.

¿Cómo verja?

Pic.

Que esa chiquilla es de mi absoluta pertenencia, vamos.

Marc.

(Sonriendo irónicamente.) Hombre, Pablito, no quisiera quitarte las ilusiones, pero tampoco quiero que vivas engañado.

[p. 15]

Pic.

¿Yo engañado?

Marc.

Las mismas coqueterías que ha hecho Solita contigo, se las vi hacer ayer tarde, con el más terrible de tus rivales; con Numeriano Galán, para que lo sepas.

Pic.

¡Con Numeriano Galán!... ¡Ja, ja, ja! ¡Ella con Galán! ¡Ja, ja, ja! (Ríe a todo reír.) ¡Galán con... ja, ja, ja!

Marc.

¿Pero de qué te ríes?

Pic.

(Con misterio. Cambiando su actitud jovial por una expresión de gran seriedad.) Venga usted acá, don Marcelino. (Le coge de la mano.)

Marc.

(Intrigado.) ¿Qué pasa?

Pic.

Que esa mujer no puede ser de nadie más que mía. Oigalo usted bien, ¡mía!...

Marc.

¡Caramba!

Pic.

Es un acuerdo de Junta General.

Marc.

¿Cómo de Junta General?... No comprendo...

Pic.

Va usted a comprenderlo en seguida. ¿No nos oirá nadie?

Marc.

Creo que no.

Pic.

Usted sabe, don Marcelino, que yo pertenezco al Guasa-Club, misterioso y secreto Katipunán formado por toda la gente joven y bullanguera del Casino, para auxiliarnos en nuestras aventuras galantes, para fomentar francachelas y jolgorios y para organizar bromas, chirigotas y tomaduras de pelo de todas clases. Como nos hemos constituído imitando esas sociedades secretas de películas, nos reunimos con antifaz y nos escribimos con signos.

Marc.

Sí, alguna noticia tenía yo de esas bromas, pero vamos...

Pic.

Pues bien, a Numeriano Galán y a mí nos gustó Solita a un tiempo mismo y empezamos a hacerla el amor los dos. Yo, como él no es socio del Guasa-Club, denuncié al tribunal secreto su rivalidad para que me lo quitaran de enmedio, y a la noche siguiente Galán encontró clavada con un espetón de ensartar riñones, en la cabecera de su cama, una orden para que renunciara a esa mujer; no hizo caso y se burló de la amenaza, y en consecuencia ha sido condenado a una broma tan tremenda que si nos sale bien,[p. 16] no solo abandonará a Solita, dejándome el campo libre, sino que tendrá que huir de la ciudad renunciando hasta su destino de oficial de Correos; no le digo a usted más.

Marc.

¡Demontre! ¿y qué broma es esa?

Pic.

No puedo decirla, pero dentro de unos instantes y en esta misma habitación, verá usted a Galán debatirse lloroso, angustiado e indefenso en la tela de araña que le ha tejido el Guasa-Club y lo comprenderá usted todo.

Marc.

Os tengo miedo. Recuerdo la broma que le disteis al pintor Carrasco el mes pasado y se me ponen los pelos de punta.

Pic.

Aquello no fué nada; que le hicimos creer que su marina titulada «Ola, ola»... había sido premiada con segunda medalla en la Exposición de pinturas.

Marc.

¡Una friolera!... Y el pobre hombre asistió tan satisfecho al banquete que le disteis para festejar su triunfo. ¡Sois tremendos!

Pic.

¡Damos cada broma!... ¡Ja, ja, ja!... (Empieza a tocar en la calle, un cuarteto de músicos ambulantes, la despedida del bajo de «El Barbero de Sevilla», que canta un individuo con muy mala voz y peor entonación.) ¡Hombre, a propósito!

Marc.

¿Qué pasa?

Pic.

¿Oye usted eso?... ¿Oye usted esa música?... Otra broma nuestra.

Marc.

¿También esa música?

Pic.

También. Esa música está dedicada a don Gonzalo de Trevelez, nuestro vecino. Es la hora en que se afeita, y como se afeita solo, hemos gratificado a un cuarteto ambulante, para que todos los días a estas horas, vengan a tocarle una cosa que le recuerde al barbero.

Marc.

Hombre, qué mala intención.

Pic.

Verá usted cómo se asoma indignado.

Marc.

Ya está ahí.

Pic.

(Riendo.) Ja, ja... ¡No lo dije!... ¡Y a medio afeitar!... ¡Verá usted, verá usted!

[p. 17]ESCENA VI

DICHOS y DON GONZALO. Luego MENÉNDEZ.

Gonz.

(Que se asoma por la ventana de la izquierda de la casa vecina. Aparece despeinado, con un peinador puesto, media cara llena de jabón y una navaja en la mano.) ¡Pero hoy también el Barbero!... ¡Caramba, qué latita! ¡Quince días con lo mismo, y a la hora de afeitarme! Esto parece una burla. (Mirando a la calle y en voz alta.) Chits... ejecutantes... (Más alto.) Ejecutantes... Tengan la bondad de evadirse y continuar el concierto extramuros... ¿Qué?... ¿Que si no me gusta la voz del bajo? No, señor. Eso no es voz de bajo; ¡es voz de enano, todo lo más! (Como siguiendo la conversación con alguien de abajo.) Y como me estoy afeitando y desentona de una forma que me crispa, me he dado un tajo que se me ven las muelas... ¿Cómo?... ¿Que si las postizas?... ¡Hombre, si no hubiera señoritas en los balcones, ya le diría yo a usted!... pero ahora le bajará un criado el adjetivo que merece esa estupidez para que se lo repartan entre los cinco del cuarteto. ¡So sinvergüenzas!... ¡No, señor, no echo de menos al barbero!... ¡Vayan muy enhoramala, rasca intestinos!

Marc.

No les hagas caso, Gonzalo.

Pic.

Desprécielos usted, don Gonzalo.

Men.

(Que se ha asomado también.) Ya se van.

Marc.

Y no es el cuarteto de ciegos.

Gonz.

¡No, es un cuarteto de cojos!... Unos cojos que se atreven con todo. Ayer ejecutaron un andante de Mendelssohn. ¡Figúrate como les saldría el andante!

Marc.

¡Desprécialos!

Gonz.

(Gesto de desprecio.) ¡Aaaah!...

(Don Marcelino y Pablito entran del balcón. Pablito dando suelta a una risa contenida, habla en voz baja con don Marcelino.)

Gonz.

(A Menéndez y en tono confidencial.) Chits... Menéndez.

Men.

Mande usted, don Gonzalo.

[p. 18]

Gonz.

¿He tenido cartas?

Men.

Cinco.

Gonz.

Masculinas o... (Gesto picaresco.)

Men.

Tres masculinas y dos o... (Imita el gesto.) Una de ellas perfumada.

Gonz.

¿A qué huele?

Men.

A heno.

Gonz.

Ya sé de quién es. No me la extravíes, que me matas. ¿Y la otra?

Men.

Tiene letra picuda.

Gonz.

De la de Avecilla.

Men.

Viene dirigida al señor Presidente del Real Aero-Club de Villanea.

Gonz.

Sí, sí... ya sé... Esa puedes extraviármela si te place. Es pidiéndome un donativo para un ropero. El ropero de San Sebastián. ¡Figúrate tú, San Sebastián con ropero! ¡Nada, es la monomanía actual de las señoras! Empeñadas en hacer mucha ropa a los pobres y ellas cada vez con menos.

Men.

Que no quieren pedricar con el ejemplo.

Gonz.

Se dice predicar, querido Menéndez; de hablar bien a hablar mal hay gran diferiencia. Hasta luego. (Entra y cierra la ventana.)

Men.

Adiós, don Gonzalo. Otro muerdaz. (Vase izquierda.)

ESCENA VII

DON MARCELINO y PABLITO PICAVEA

Marc.

(Reanudan su conversación en voz alta.) Vamos, no seas terco.

Pic.

Nada, que no insista usted. No desplego mis labios.

Marc.

Anda, dime. ¿Qué broma es la que preparáis a Galán? que tengo impaciencia...

Pic.

¿No dice usted que ha sido invitado misteriosamente a presenciarla?... pues un poco de calma... (Atendiendo.) que poca será... porque, si no me equivoco... (Va a mirar hacia la derecha.) sí... ¡Él es!... ¡Galán!...

Marc.

¿Galán?...

Pic.

Ya está aquí la víctima. Aquí la tenemos.[p. 19] Va usted a satisfacer su curiosidad. ¡Pobre Galán, ja, ja!

Marc.

Pero...

Pic.

¡Dejémosle solo!... ¡ay de él!... ¡ay de él!... Por aquí. Pronto. (Vase primera izquierda.)

ESCENA VIII

NUMERIANO GALÁN y MENÉNDEZ

Num.

(Sale por la derecha. Entra y mira a un lado y a otro.) Personne... que dicen los franceses cuando no hay ninguna persona. Faltan tres minutos para la hora: ¡hora suprema y deliciosa! La ventana frontera cerrada todavía. Me alegro. Colocaré las puertas de los balcones en forma propicia para la observación. (Las entorna.) ¡Ajajá! Y ahora a esperar a mi víctima, como espera el tigre a la cordera: cauteloso, agazapado y voraz. ¡Manes de don Juan, acorredme! (Pausa.)

Men.

(Por segunda izquierda.) ¡Caray! (Andando a tientas.) ¿Pero quién ha cerrao?

Num.

Chits, por Dios, querido Menéndez... (Deteniéndole.) que es un plan estratégico. No me abras el balcón que me lo fraguas.

Men.

¿Pero don Numeriano, y no se puede saber por qué ha entornado usted?

Num.

¿Que por qué he entornado?... ¡Ah, plácido y patriarcal Menéndez!... tú, sí, tú puedes saberlo. Ven, que voy abrir mi pecho a tu cariñosa amistad.

Men.

Abra usted.

Num.

Menéndez, yo te debo a ti...

Men.

Trescientas cuarenta y cinco pesetas de bocadillos.

Num.

Y un cariño muy grande, porque si no me quisieras, ¿cómo me ibas a haber dado tantos bocadillos?...

Men.

Que le tengo a usted ley.

Num.

Pues por eso, como sé que me quieres... y que te alegras de mis triunfos amorosos...

Men.

Por descontado...

Num.

Voy a hacerte una revelación sensacional.

Men.

¡Carape!

[p. 20]

Num.

Sensacionalísima.

Men.

¿Ha caído la viuda?

Num.

Ha tropezado nada más; pero no es eso. Atiende. Muchos días, efusivo Menéndez, ¿no te ha chocado a ti verme entrar a deshora en este salón de lectura?

Men.

Mucho, sí, señor.

Num.

Pues bien, ¿al entrar yo en el salón de lectura tú no leías nada en mis ojos?

Men.

No, señor; yo casi nunca leo nada.

Num.

¿Pero no te chocaba verme huraño, triste y solo, metido en ese rincón?

Men.

Sí, señor; pero yo decía: será que le gusta la soledad.

Num.

Y eso era, perspicaz Menéndez, que me gusta la Soledad... pero no la de aquí, sino la de ahí enfrente.

Men.

¡La doncellita de los Trevelez!

Num.

La misma que viste y calza... de una manera que conmociona.

Men.

Entonces, ahora me explico por qué teniendo usté tanta ilustración aquí dentro...

Num.

No hacía más que tonterías ahí fuera... como señas, sonrisitas, juegos de fisonomía... ¿lo comprendes ahora?

Men.

¡Ya lo creo!... ¡Menudo pimpollo está la niña!

Num.

¡Qué Soledad más apetecible!, ¿verdad, Menéndez?

Men.

Es una Soledad pa no juntarse con nadie, don Numeriano.

Num.

Para no juntarse con nadie más que con ella.

Men.

Natural.

Num.

A mí, Menéndez, esa chiquilla me inspira un sentimiento de deseo, un sentimiento de pasión, un sentimiento de...

Men.

(Dándole la mano.) Acompaño a usted en el sentimiento.

Num.

Muchas gracias, incondicional Menéndez. Pues bien, por conseguir los favores de esa monada, andábamos a la greña Pablito Picavea y yo.

Men.

¿Y qué?

Num.

Que lo he arrollado... ¡que esa bizcotela ya es mía!

Men.

¡Arrea!

[p. 21]

Num.

Aquí tengo los títulos de propiedad. (Saca una carta.) Atiende y deduce. Por la tarde la pedí relaciones y por la noche me trajo el cartero del interior esta expresiva y seductora cartita. Juzga. «Señorito Numeriano. De palabra no me he atrevido esta tarde a darle una contestación aparente porque no me dejó el reparo.» ¡El reparo!... ¡qué monísima!... «Pero si usted quiere que le diga lo que sea, estese mañana a las once en el salón de lectura del Casino y si tiene valor una servidora, se asomará y se lo dirá; aunque sé que es usted muy mal portao con las mujeres...» ¡Mal portao!... ¡Me ha cogido el flaco!

Men.

¡La fama que vola!

Num.

(Sigue leyendo.) «No falte. Saldré a sacudir... No vuelva...» (Vuelve la hoja.) «No vuelva a asomarse hasta mañana, porque mi señorita está escamada. Sulla. Ese.» ¡Sulla! (Guardándose la carta.) ¡Ah, estupefacto Menéndez, este sulla no lo cambio yo por una dolora de Campoamor, porque estas cuatro letras quieren decir que esa fruta sazonada y exquisita ha caído en mi implacable banasta!

Men.

¡Pero qué suerte tiene usté!

Num.

(Por sus ojos.) ¡Le llamas suerte a estas dos ametralladoras!

Men.

¡Hombre!...

Num.

Lo que hay es que tengo una mirada que es para sacar patente. La fijo cuarenta segundos en un puro y lo enciendo. No te digo más. Y hay días que los enciendo de reojo.

Men.

De modo que viene usted a la cita.

Num.

Di más bien a la toma de posesión.

Men.

Poquito que va a rabiar el señor Picavea.

Num.

El señor Picavea y todos esos imbéciles del Guasa-Club, que hasta me amenazaron con no sé qué venganzas si no abandonaba mi conquista... ¡abandonarla yo!... Cuando es ella la que... ¡ja, ja, ja!

Men.

¿Y a qué hora es la cita?

Num.

¿No lo has oído? A las once. Faltan solo unos segundos.

Men.

Pues miremos a ver... (Dan las once en el reloj.)

[p. 22]

Num.

¡Ya dan!... ¡Estoy emocionado!... (A Menéndez, que mira.) ¿Ves algo?

Men.

No... aún nada... ¡pero calle!... Sí... los visillos se menean.

Num.

(Mira.) Es verdad, algo se mueve detrás.

Men.

¿Será ella?...

Num.

Sí, ella, ella es, veo su silueta hermosísima. Aparta, Menéndez. (Se retoca y acicala.)

Men.

Salga usted.

Num.

Sí, voy a salir; porque hasta que no me vea no se asoma.

Men.

Ya va a abrir, ya va a abrir...

Num.

Ahora verás aparecer su juvenil y linda carita... ahora verás cómo fulgen sus ojos africanos. ¡Fíjate!... (Sale.) ¡Ejem, ejem!... (Tose delicadamente. Se abre la ventana poco a poco y asoma entre las persianas la cara ridícula, pintarrajeada y sonriente de la señorita de Trevelez.)

ESCENA IX

DICHOS y FLORITA

Flora

(Después de mirar con rubor a un lado y a otro.) Buenos días, amigo Galán.

Num.

(Aterrado.) (¡Cielos!)

Men.

(¡Atiza! ¡Doña Florita!)

Num.

Muy buenos los tenga usted, amiga Flora.

Flora

Es usted cronométrico.

Num.

¿Un servidor?

Flora

Y no tiene usted idea de todo lo que me expresa su puntualidad.

Num.

¿Mi puntualidad?... (¿Sabrá algo?)

Men.

(Muerto de risa.) (¡Qué plancha!)

Num.

(A Menéndez.) (No te rías, que me azoras.)

Flora

(Acariciando las flores de un tiesto.) ¡Galán!

Num.

Florita.

Flora

(Con rubor.) He recibido eso.

Num.

¿Que ha recibido usted eso?... (¿Qué será eso?)

Flora

Lo he leído diez veces y a las diez su fina galantería ha vencido mi natural rubor.

Num.

¿A las diez?... De modo que dice usted que a las diez mi fina... (¿pero de que me hablará esta señora?) Florita, usted perdone, pero[p. 23] no comprendo y yo desearía que me dijese de una manera breve y concreta...

Flora

(Con vivo rubor.) ¡Ah, no, no, no, no!... Eso es mucho pedir a una novicia en estas lides... Hágase usted cargo... mi cortedad es muy larga, Galán.

Num.

Bueno, pero por muy larga que sea una cortedad, si a uno no le dicen claramente las cosas...

Flora

Sí, pero repare usted que hay gente en los balcones...

Num.

Ya lo veo, pero qué importa eso para...

Flora

Y como yo presumía que no podríamos hablar sin testigos, le he escrito en este papel unas líneas que expresarán a usted debidamente mi gratitud y mi resolución.

Num.

¿Dice usted que su gratitud y su...?

Flora

(Tirando el papel que cae en la habitación.) Ahí va mi alma.

Num.

(Esquivando el golpe.) (Caray, de poco me deja tuerto.)

Flor

Galán... en el texto de esa carta voy yo misma. Léalo, compréndala y júzguele. (Entorna.)

Num.

Bueno, pero...

Flora

Voy tal cual soy: sin malicia, sin reserva, sin doblez. (Cierra.)

Num.

¡Pero Florita!

Flora

(Abre.) Sin doblez. Adiós, Galán. (Cierra.)

ESCENA X

NUMERIANO GALÁN y MENÉNDEZ

Num.

(A Menéndez que está muerto de risa en una silla.) ¡Dios mío!... Ay, Menéndez, ¿pero qué es esto?

Men.

(Señalando la carta que está en el suelo.) Parece un papel.

Num.

No, eso ya lo sé; mi pregunta es abstracta: digo, ¿qué es esto?, ¿qué me pasa a mí?, ¿por qué en vez de Solita sale ese estafermo y me arroja una carta?

Men.

¡Qué sé yo! Ábrala, léale y averígüelo.

Num.

Tienes razón. Veamos. (Coge el papel y empieza[p. 24] a desdoblarlo, tarea dificilísima por los muchos dobleces que trae.) ¡Caramba y decía que sin doblez!... ¿Y qué viene aquí dentro?

Men.

Ella ha dicho que venía su alma.

Num.

Pues es una perra gorda.

Men.

Que la ha metido pa darle impulso al papel.

Num.

Veamos qué trae la perra. (Leyendo.) «Apasionado Galán.»

Men.

¡Atiza!

Num.

¡Yo apasionado! (Lee.) «Después de leída y releída su declaración amorosa...»

Men.

¡Repeine!

Num.

¡¡Pero qué dice esta anciana!! (Lee.) «Y sus entusiastas elogios a mi belleza estética, que solo puedo atribuir a una bondad insólita...» (¡qué tía más esdrújula!) «consultele a mi corazón, pedile consejo a mi hermano como usted indicome...» ¡cuerno! «y mi hermano y mi corazón de consuno, decídenme a aceptar las formales relaciones que usted me ofrenda...» ¡Me ofrenda!... ¡Mi madre!

Men.

¿Pero usted la ha ofrendido?

Num.

¡Yo qué la voy a ofrender, hombre! (Lee.) «¡Ah, Galán! el amor que usted me brinda es una suerte...» ¡Pero Dios mío, si yo no la he brindado ninguna suerte a esta señora! «Es una suerte, porque prendióse en mi alma con tan firmes raíces, que nadie podrá ya arrancarlo; y si quieren hacer la prueba, háganla cuanto antes; ¡ah, Galán! ¿Se lo digo todo en esta carta?... Yo creo que sí.»

Men.

Y yo creo que también.

Num.

«Nada reserveme y sepa que al escribirla entreguele mi alma... Adiós.»

Men.

¿Se ha muerto?

Num.

Se ha vuelto loca. (Lee.) «Suya hasta la ultratumba. Flora de Trevelez.» ¡Pero Dios mío, yo me vuelvo loco!... ¿Pero qué es esto?

Men.

(Señalándole los ojos.) Las ametralladoras.

Num.

¿A qué viene esta carta?... ¿Pero quién le ha dicho a ese pliego de aleluyas que yo la amo? ¿Pero qué es esto?... ¡Dios mío, qué es esto!

[p. 25]ESCENA XI

DICHOS, TITO GUILOYA, PICAVEA, TORRIJA y PEPE MANCHÓN. Luego DON MARCELINO.

Los cuatro primeros salen de la segunda izquierda muertos de risa. El último se asoma por la primera izquierda y queda presenciando la escena.

Todos

¡Ja, ja, ja! (Riendo.)

Tito

Pues esto es, amigo Galán, que el Guasa-Club ha triunfado.

Tor.

¡Viva el Guasa-Club!

Num.

¡Pero vosotros!... ¿Pero es que vosotros?...

Man.

Que sea enhorabuena, Galán; ya eres dueño de esa beldad.

Tito

¡Querías a la doncella y te entregamos a la señora!

Pic.

¡La doncellita para mí!

Num.

¡Ah, pero vosotros!... ¡Pero esta canallada!

Pic.

«Ardides del juego son.»

Todos

(Vanse riendo por la derecha.) ¡Ja, ja, ja! (Menéndez les sigue estupefacto y haciéndose cruces.) Hagan la prueba que hagan. ¡Ah, Galán!... ¡Ja, ja, ja!

ESCENA XII

NUMERIANO GALÁN y DON MARCELINO

Num.

(Desesperado.) ¿Pero qué han hecho estos cafres, don Marcelino?

Marc.

¿No lo adivinas, infeliz? Pues que imitando tu letra han escrito una carta de declaración a Florita de Trevelez firmada por ti.

Num.

¡Dios mío!

Marc.

Que ella, romántica y presumida como un diantre, te ha visto mil veces al acecho en ese balcón y creyendo que salías por ella ha caído fácilmente en el engaño, y que te contesta aceptando tu amor.

Num.

¡Cuerno!

Marc.

Y de ese modo te inutilizan para que sigas[p. 26] cortejando a la doncellita y Picavea se sale con la suya. ¿Ves qué sencillo?

Num.

¡Dios mío, pero esto es una felonía, una canallada, que no estoy dispuesto a consentir! Yo deshago el error inmediatamente. (Llamando desde el balcón.) ¡Flora... Flora... Florita... amiga Flora!...

Marc.

Aguarda, hombre, aguarda. Así, a voces y desde el balcón, no me parece procedimiento para deshacer una broma que pone en ridículo a personas respetables.

Num.

¿Y qué hago yo, don Marcelino? Porque ya conoce usted el carácter de don Gonzalo.

Marc.

¡Que si le conozco! ¡Pues eso es lo único grave de este asunto!

Num.

Y por lo que aquí dice, se ha enterado.

Marc.

Como que esta burla puede acabar en tragedia: porque Gonzalo, en su persona, tolera toda clase de chanzas, pero a su hermana, que es todo su amor... ¡Acuérdate que tuvo a Martínez cuatro meses en cama de una estocada, sólo porque la llamó la jamona de Trevelez!... ¡Conque si se entera de que esto es una guasa, hazte cargo de lo que sería capaz!...

Num.

¡Ay, calle usted, por Dios!... Pero yo le diré que la carta no es mía, que compruebe la letra.

Marc.

Sí, pero ellos pueden decirle que la has desfigurado para asegurarte la impunidad, y entre que si sí y que si no, el primer golpe lo disfrutas tú.

Num.

¡Miserables, canallas!... ¿Y qué hago yo, don Marcelino, qué hago yo?

(Se oye rumor de voces.)

Marc.

¡Silencio!... ¿Oyes?...

Num.

¡Madre!... ¡Es don Gonzalo! ¡Don Gonzalo que viene!

Marc.

Y viene con esos bárbaros.

Num.

¡Ay, don Marcelino!... ¡ay! ¿qué hago yo?

Marc.

Ocúltate. En cuanto nos dejen solos, yo procuraré tantearle. Le dejaré entrever la posibilidad de una broma... Tú oyes detrás de una puerta, y según oigas, procede.

Num.

Sí, eso haré. ¡Canallas! ¡Bandidos! (Vase segunda izquierda.)

[p. 27]ESCENA XIII

DON MARCELINO, DON GONZALO, TITO GUILOYA, MANCHÓN, TORRIJA y PICAVEA. Salen por la derecha.

El rumor de las voces ha ido creciendo; al fin aparecen por la puerta derecha, precediendo a don Gonzalo, Manchón, Picavea y Torrija, que bulliciosa y alegremente se forman en fila a la parte izquierda de la puerta, y al salir don Gonzalo agitan los sombreros aclamándole con entusiasmo.

Tito

¡Hurra por don Gonzalo!

Todos

¡Hurra!

Gonz.

(Sale sombrero en mano. Viste con elegancia llamativa y extremada para sus años. Va teñido y muy peripuesto.) Gracias, señores, gracias.

Tito

¡Bravo, don Gonzalo, bravo!

Tor.

¡Elegantísimo! ¡Cada día más elegante!

Man.

¡Deslumbrador!

Pic.

¡Lovelacesco!

Gonz.

(Riendo.) ¡Hombre, por Dios, no es para tanto!

Pic.

Inmóvil, y con un letrero debajo, la primera plana del Pictorial Revieu.

Tito

¡Si Roma tuvo un Petronio, Villanea tiene un Trevelez!... ¡Digámoslo muy alto!

Gonz.

Nada, hombre, nada. Total un trajecillo higge faeshion, un chalequito de fantasía, una corbata bien entonada, una flor bien elegida, un poquito de caché, de chic... y vuestro afecto. Nada, hijos míos, nada. (Les abraza.) ¿Y tú, qué tal, Marcelino, cómo estás?

Marc.

Bien, Gonzalo, ¿y tú?

Gonz.

Ya lo ves; confundido con los elogios de estos tarambanas... ¡Yo!... ¡un pobre viejo!... ¡figúrate!...

Pic.

¿Cómo viejo? Usted es como el buen vino, don Gonzalo; cuantos más años más fuerza, más aroma, más bouquet.

Tito

Y si no que lo digan las mujeres. Ellas acreditan su marca. Le saborean y se embriagan. ¿Niéguelo usted?

[p. 28]

Gonz.

(Jovialmente.) ¡Hombre, hombre!... Entono y reconforto... Voila tout... ¡Ja, ja, ja!

Todos

(Aplauden.) ¡Bravo, bravo!

Tor.

¡Y lo que le ocurre a don Gonzalo es rarísimo, cuanto más años pasan, menos canas tiene!

Tito

Y se le acentúa más ese tinte juvenil... ese tinte de distinción, que le da toda la arrogancia de un Bayardo.

Gonz.

¡Ah, no, amigos míos, no burlaros de mí! Yo ya no soy nada. Claro está que las altas cimas de mis ilusiones aún tienen resplandores de sol, postrera luz de un ocaso espléndido... pero al fin mi vida ya no es más que un crepúsculo...

Todos

¡Bravo, bravo!

Tito

¡Qué poetazo!

Pic.

Pero usted todavía ama, don Gonzalo, y el amor...

Gonz.

¡Amor, amor!... Eterna poesía. Es el dulce rumor que va cantando en su marcha hacia el misterio de la muerte, el río caudaloso de la vida. Esto es de un poema que tengo empezado.

Todos

¡Colosal! ¡Colosal!

Tor.

Gran maestro en amor debe ser usted.

Gonz.

¡Maestro!... ¡Ah, hijo mío, en amor, como las que enseñan son las mujeres, cuanto más te enseñan... más suspenso te dejan!

Todos

¡Muy bien, muy bien!

Gonz.

Sin embargo, yo tengo mis teorías.

Todos

Veamos, veamos.

Gonz.

La mujer es un misterio.

Man.

Muy nuevo, muy nuevo.

Gonz.

Amar a una mujer es como tirarse al agua sin saber nadar: se ahoga uno sin remedio. Si le dicen a uno que sí, le ahoga la alegría; si le dicen que no, le ahoga la pena...

Tito

¿Y si le dan a uno calabazas?

Gonz.

¡Ah, si le dan a uno calabazas, entonces... nada!

Todos

(Riendo.) ¡Ja, ja, ja!... ¡Muy bien! ¡Bravo!

Pic.

¡Graciosísimo!

Tito

¡Y se llama viejo un hombre de tan sutil ingenio!

Pic.

¡Viejo, un hombre de contextura tan her[p. 29]cúlea!... ¡Porque fijaos en este torso!... (Le golpea la espalda.) ¡Qué músculos!

Tor.

¡Es el Moisés de Miguel Ángel!

Gonz.

(Satisfecho.) ¡Ah, eso sí!... ¡Todavía tuerzo una barra de hierro y parto un tablero de mármol!... Hundo un tabique...

Tito

¡Mirad qué bíceps!

Man.

¡Enorme!

Tor.

Pues ¿y los sports, cómo los practica?...

Todos

¡¡Oh!!

Gonz.

En fin, pollos, esperadme en la sala de billar, que tengo algo interesante que decir a don Marcelino, y en seguida corro a vuestro encuentro y jugaremos ese match prometido.

Tito

Pues allí esperamos.

Pic.

¡Viva don Gonzalo!

Todos

¡Viva!

Tito

¡Arbiter elegantorum civitatis villanearum, salve!

Pic.

¡Salve y Padre nuestro! (Se abrazan.)

Gonz.

Gracias, gracias.

(Vanse riendo primera izquierda.)

ESCENA XIV

DON GONZALO y DON MARCELINO

Gonz.

Marcelino.

Marc.

Gonzalo.

Gonz.

(Con gran alegría.) Estaba deseando que nos dejasen solos. He venido especialmente a hablar contigo.

Marc.

¿Pues?...

Gonz.

Abrázame.

Marc.

¡Hombre!...

Gonz.

Abrázame, Marcelino. (Se abrazan efusivamente.) ¿No has notado desde que traspuse esos umbrales que un júbilo radiante me rebosa del alma?

Marc.

¿Pero qué te sucede para esa satisfacción?

Gonz.

¡Ah, mi querido amigo, un fausto suceso llena mi casa de alegres presagios de ventura!

Marc.

¿Pues qué ocurre?

[p. 30]

Gonz.

Tú, Marcelino, conoces mejor que nadie este amor, qué digo amor, esta adoración inmensa que siento por esa noble criatura llena de bondad y de perfecciones que Dios me dió por hermana.

Marc.

Sé cuánto quieres a Florita.

Gonz.

¡Oh, no!, no puedes imaginarlo, porque en este amor fraternal se han fundido para mí todos los amores de la vida. De muy niños quedamos huérfanos. Comprendí que Dios me confiaba la custodia de aquel tesoro y a ella me consagré por entero; y la quise como padre, como hermano, como preceptor, como amigo; y desde entonces, día tras día, con una abnegación y una solicitud maternales, velo su sueño, adivino sus caprichos, calmo sus dolores, alivio sus inquietudes y soporto sus puerilidades, porque claro, una juventud defraudada produce acritudes e impertinencias muy explicables. Pues bien, Marcelino, mi único dolor, mi único tormento era ver que pasaban los años y que Florita no encontraba un hombre... un hombre, que estimando los tesoros de su belleza y de su bondad en lo que valen, quisiera recoger de su corazón todo el caudal de amor y de ternura que brota de él. ¡Pero al fin, Marcelino, cuando yo ya había perdido las esperanzas... ese hombre...!

Marc.

¿Qué?

Gonz.

¡Ese hombre ha llegado!

(Galán se asoma por la izquierda con cara de terror.)

Marc.

(Aparte.) ¡Dios mío!

Gonz.

Y si lo pintan no lo encontramos ni más simpático, ni más fino, ni más bondadoso. Edad adecuada, posición decorosa, honorabilidad intachable... ¡un hallazgo!... ¿Sabes quién es?

Marc.

¿Quién?

Gonz.

Numeriano Galán... ¡Nada menos que Numeriano Galán! (Galán manifiesta un pánico creciente.) ¿Qué te parece?

Marc.

Hombre, bien... me parece bien. (Galán le hace señas de que no.) Buena persona... (Siguen las señas negativas de Galán.) Un individuo hon[p. 31]rado... (Galán sigue diciendo que no.) pero yo creo que debías informarte, que antes de aceptarle debías...

Gonz.

(Contrariado.) ¿Pero qué estás diciendo?

Marc.

Hombre, se trata de un forastero que apenas conocemos, y por consecuencia...

Gonz.

¡Bah, bah, bah!... ya empiezas con tus suspicacias, con tus pesimismos de siempre... ¡Has de leer la carta que le ha escrito a Florita!... Una carta efusiva, llena de sinceridad, de pasión, modelo de cortesanía, diciéndola que me entere de sus propósitos y que le fijemos el día de la boda... Conque ya ves si en un hombre que dice esto... ¡dudar, por Dios!...

Marc.

(¡Canallas!) No, si yo lo decía porque como es una cosa tan inopinada, quién no te dice que a veces... como este pueblo es así... figúrate que alguien... una broma...

Gonz.

(Le coge de la mano vivamente con expresión trágica.) ¡Cómo broma!

Marc.

Hombre, quiero decir...

Gonz.

¿Qué quieres decir?

Marc.

No, nada, pero...

Gonz.

(Sonriendo.) ¡Una broma!... No sueñes con ese absurdo. Ya sabe todo el mundo que bromas conmigo, cuantas quieran. Las tolero no con la inconsciencia que suponen, pero en fin, con esa amable tolerancia que dan los años; pero una broma de este jaez con mi hermana, sería trágica para todos. Sería jugarse la vida sin apelación, sin remedio, sin pretexto. Te lo juro por mi fe de caballero.

Marc.

No, no te pongas así... si te creo, si figúrate, pero vamos...

Gonz.

Además, puedes desechar tus temores, Marcelino, porque esto no es una cosa tan inopinada como tú supones.

Marc.

¿Ah, no?

Gonz.

Hoy, llena de rubor la pobrecilla, me lo ha confesado todo. Ella ya tenía ciertos antecedentes. Dudaba entre Picavea y Galán, porque los dos la han cortejado desde esos balcones; pero su preferido era Galán, y por eso se ha apresurado a aceptarle loca de entusiasmo... ¡Sí, loca! ¡porque está loca de[p. 32] gozo, Marcelino! Su alegría no tiene límites... y a ti puedo decírtelo... ¡ya piensa hasta en el traje de boda!

Marc.

¡Hombre, tan deprisa!...

Gonz.

Quiere que sea liberty... ¡Yo no sé qué es liberty, pero ella dice que liberty y liberty ha de ser!... ¡Florita es dichosa, Marcelino!... ¡Mi hermana es feliz!... ¿Comprendes ahora este gozo que no cambiaría yo por todas las riquezas de la tierra?... ¡Ah, qué contento estoy! ¡Y es tan buena la pobrecilla que cuando me hablaba de si al casarse tendríamos que separarnos, una nube de honda tristeza nubló su alegría! Yo, emocionado, balbuciente, la dije:—«No te aflijas, debes vivir sola con tu marido. Mucho ha de costarme esta separación al cabo de los años, pero por verte dichosa, ¿qué amargura no soportaría yo?...» Nos miramos, nos abrazamos estrechamente y rompimos a llorar como dos chiquillos. Yo sentí entonces en mi alma, algo así como una blandura inefable, Marcelino, algo así como si el espíritu de mi madre hubiera venido a mi corazón para besarla con mis labios. Y ves... yo... todavía... una lágrima... (Emocionado se enjuga los ojos.) Nada, nada...

Marc.

(¡Dios mío, y quién le dice a este hombre que esos desalmados!...)

Gonz.

¿Comprendes ahora mi felicidad, comprendes ahora mi júbilo?

Marc.

Hombre, claro, pero...

Gonz.

Conque vas a hacerme un favor, un gran favor, Marcelino.

Marc.

Tú dirás...

Gonz.

Que llames a Galán...

Marc.

¿A Galán?

Gonz.

A Galán. Sé que está aquí y quiero, sin aludir para nada el asunto, claro está, darle un abrazo, un sencillo y discreto abrazo en el que note mi complacencia y mi conformidad.

Marc.

Es que si no estoy equivocado, me parece que ya se marchó.

Gonz.

No, no... está en el Casino; me lo ha dicho el Conserje. Y tengo interés, porque además[p. 33] del abrazo, traigo un encargo de Florita: invitarle a una suaré que daremos dentro de ocho días. (Toca el timbre. Aparece Menéndez.) Menéndez, haz el favor de decir al señor Galán que venga un instante.

Men.

Sí, señor. (Vase.)

Gonz.

¡Qué boda, Marcelino, qué boda!... Voy a echar la casa por la ventana. Traigo al Obispo de Anatolia para que los case; y digo al de Anatolia, porque en obispos es el más raro que conozco.

Marc.

(¡Pobre Galán!)

ESCENA XV

DICHOS y NUMERIANO GALÁN por segunda izquierda

Num.

(Haciendo esfuerzos titánicos para sonreír. Viene pálido, balbuciente.) Mi querido don Gon... don Gon...

Gonz.

¡Galán!... ¡Amigo Galán!...

Num.

¡Don Gonzalo!

Gonz.

¡A mis brazos!

Num.

Sí, señor. (Se abrazan efusivamente.)

Gonz.

¿No le dice a usted este abrazo mucho más de lo que pudiera expresarse en un libro?

Num.

Sí, señor... Este abrazo es para mí un diccionario enciclopédico, don Gonzalo.

Gonz.

Reciba usted con él la expresión de mi afecto sincero y fraternal. ¡Fra-ter-nal!

Num.

Ya lo sé... Sí, señor... Gracias... muchas gracias, don Gonzalo. (Le suelta.)

Gonz.

¿Cómo don?... Sin don, sin don...

Num.

Hombre, la verdad, yo, como...

Gonz.

Pero parece usted hondamente preocupado... está usted pálido...

Num.

No, la emoción... la...

Marc.

Hazte cargo; le ha pillado tan de sorpresa... y luego esta acogida...

Num.

Sí, señor... sobre todo la acogida...

Gonz.

¡Pues venga otro abrazo! (Se abrazan.)

Num.

(¡Qué bíceps!)

Gonz.

¿Qué dice?

Num.

Nada, nada, nada...

Gonz.

Y después de hecha esta ratificación de afec[p. 34]to, diré a usted que le he molestado, querido Galán, para invitarle, al mismo tiempo que a Marcelino, a una suaré que celebraremos en breve en los jardines de mi casa, que es la de ustedes...

Num.

Con mucho gusto, don Gonzalo.

Gonz.

Allí será usted presentado a nuestras amistades.

Num.

Tanto honor... (Yo salgo esta noche para Villanueva de la Serena.)

Gonz.

Bueno, y ahora vamos a otra cosa.

Num.

Vamos donde usté quiera.

Gonz.

Me ha dicho Torrijita que es usted un entusiasta aficionado a la caza... ¡Un gran cazador!

Num.

¿Yo?... ¡Por Dios, don Gonzalo, no haga usted caso de esos guasones!... ¡Yo cazador!... Nada de eso... Que cojo alguna que otra liebre, una perdicilla, pero nada...

Gonz.

Bueno, bueno... usted es muy modesto; de todos modos, he oído decir que le gustan a usted mucho mis dos perros setter, Castor y Polux... Una buena parejita, ¿eh?...

Num.

Hombre, como gustarme, ya lo creo. Son dos perros preciosos.

Gonz.

Pues bien, a la una los tendrá usted en su casa.

Num.

¡Quiá, por Dios, don Gonzalo, de ninguna manera!...

Gonz.

Le advierto que son muy baratos de mantener. Por cuatro pesetas diarias los tiene usted como dos cebones.

Num.

¿Cuatro pesetas?... ¿Y dice usted?...

Gonz.

A la una los tiene en su casa.

Num.

Que no me los mande usted, don Gonzalo, que los suelto... ¡No quiero que usted se prive!...

Gonz.

Pero hombre...

Num.

Además, a mí se me podían morir. Como no me conocen los animalitos, la hipocondría...

Gonz.

¡Ah, eso no, son muy cariñosos, y dándoles bien de comer!...

Num.

Pues ahí está, que en una casa de huéspedes... Ya ve usted, a nosotros nos tratan como perros...

[p. 35]

Gonz.

Pues conque den a los perros el trato general, arreglado.

Num.

Si ya lo comprendo, pero usted se hará cargo...

Gonz.

A la una los tendrá usted en su casa.

Num.

Bueno...

Gonz.

Además, también le voy a mandar a usted...

Num.

¡No, no, por Dios!... No me mande usted nada más... yo le suplico...

Gonz.

Ah, sí, sí, sí... ha de ser para mi hermana, conque empiece usted a disfrutarlo. Le voy a mandar mi cuadro, mi célebre cuadro, último vestigio de mi bohemia artística. Una copia que hice de la Rendición de Breda, la obra colosal de Velázquez, conocida vulgarmente por el cuadro de las lanzas...

Num.

Sí; ya, ya...

Gonz.

Sino que yo lo engrandecí; el mío tiene muchas más lanzas.

Marc.

Que le sobraba lienzo y se quedó solo pintando lanzas.

Gonz.

Ocho metros de lanzas, ¡calcule usted!

Num.

¡Caramba!... ¡¡Ocho metros!!

Gonz.

Lo que tendrá usted que comprarle es un marquito.

Num.

¿Ocho metros y dice usted que un marquito? ¿Por qué no espera usted a ver si me cae la Lotería de Navidad y entonces...?

Gonz.

¡Hombre, no exagere usted, no es para tanto!... El marco todo lo más se llevará...

Num.

Medio kilómetro de moldura. Lo he calculado grosso modo. Además, me parece que no voy a tener donde colocarle, porque como no dispongo más que de un gabinete y una alcoba...

Gonz.

Puede usted echar un tabique.

Num.

Sí; ¿pero cómo le voy yo a hablar a mi patrona de echar nada... si está conmigo si me echa o no?

Marc.

Bueno, pero todo puede arreglarse: divides el cuadro en dos partes; pones la mitad en el gabinete y debajo una mano indicadora señalando a la alcoba, y el que quiera ver el resto, que pase...

Gonz.

¡Ja, ja!... Muy bien... muy gracioso, Marcelino, muy gracioso... ¡Qué humorista!... Con[p. 36]que, con el permiso de ustedes me marcho, reiterándoles la invitación a nuestra próxima suaré... (Tendiéndoles la mano.) Querido Marcelino...

Marc.

Adiós, Gonzalo.

Gonz.

Simpático Galán...

Num.

Don Gonzalo... (Le va a dar la mano.)

Gonz.

No, no... la mano, no... otro efusivo y fraternal abrazo. (Se abrazan.) ¡Fra-ter-nal!

ESCENA XVI

DICHOS, TORRIJA, MANCHÓN, TITO GUILOYA y PICAVEA

Todos

(Desde la primera izquierda, aplaudiendo.) ¡Bravo, bravo!

Tito

¡Abrazo fraternal!

Pic.

¡Preludio de venturas infinitas!

Tor.

¡Hurra!... ¡Tres veces hurra!

Todos

¡Hurra!

Tito

¿Con que era cierto lo que se susurraba?

Gonz.

¡Ah, pero estos saben!...

Tito

¡Estas noticias corren como la pólvora!...

Man.

¡Enhorabuena, don Gonzalo!

Tor.

¡Enhorabuena, Galán!

Marc.

(¡Canallas!)

Num.

(¡Granujas! ¡Por estas que me las pagáis!)

Tito

Y aquí traemos una botella de Champagne, para rociar con el vino de la alegría los albores de una ventura que todos deseamos inacabable.

Man.

Adelante, Menéndez.

(Pasa Menéndez, primera izquierda, con servicio de copas de Champagne.)

Gonz.

Se acepta y se agradece tan fina y delicada cortesanía. Gracias, queridos pollos, muchas gracias.

Tito

Escancia, Torrija. (Se sirve el Champagne.) Señores: levanto mi copa para que este glorioso entronque de Galanes y Trevelez, proporcione a un futuro hogar, horas de bienandanza y a Villanea hijos preclaros que perpetúen sus glorias y enaltezcan sus tradiciones.

Todos

(Con las copas en alto.) ¡¡Hurra!!

[p. 37]

Gonz.

Gracias, señores, gracias... y yo, profundamente emocionado, quiero corresponder con un breve discurso a la...

(En este momento se escucha en el piano de enfrente el «Torna a Surriento» y a poco la voz de Florita que lo canta de un modo exagerado y ridículo.)

Tito

¡Silencio!

Tor.

¡Callad!... (Quedan exageradamente atentos.)

Gonz.

(Casi con emoción.) ¡Es ella!... ¡Es ella, Galán!... ¡Es un ángel!

Tito

¡Qué voz! ¡Qué extensión!... (Suena un timbre.) ¡Qué timbre!

Tor.

¡Qué timbre más inoportuno!

Gonz.

(Indignado.) ¡Pararle, hombre, pararle!

Tor.

¡Ah, don Gonzalo!... Eso es, en una pieza, la Pareto y la Galicursi.

Man.

¡Yo la encuentro más de lo último que de lo primero!

Todos

Mucho más, mucho más...

Gonz.

Silencio... no perder estas notas...

(Todos callan. Florita acaba con una nota aguda y estalla una ovación.)

Todos

¡Bravo, bravo!... (Aplauden.)

Marc.

¡Bravo, Florita, bravo!

Flora

(Levanta la persiana a manera de telón y se asoma saludando.) Gracias, gracias. (Baja la persiana.)

Todos

(Volviendo a aplaudir.) ¡Bravo, bravo!

Gonz.

¡Es un ángel! ¡Es un ángel!

Flora

(Volviendo a levantar la persiana.) Gracias, gracias... ¡Muchas gracias! (Vuelve a bajarla.)

Man.

¡Admirable!

Tito

¡Colosal!

Tor.

¡Suprema!

Gonz.

(Se limpia los ojos.) ¡Son lágrimas!... ¡Son lágrimas!... ¡Cada vez que canta me hace llorar!

Tito

(Fingiendo aflicción.) ¡Y a todos, y a todos!

Flora

(Vuelven a aplaudir. Levanta la persiana, sonríe y tira un beso.) ¡Para Galán! (Felicitaciones, abrazos y vítores.)

(Telón)

FIN DEL ACTO PRIMERO


[p. 39]

Ilustración de adorno

ACTO SEGUNDO


Jardín en la casa de Trevelez. Es por la noche. Luces artísticamente combinadas entre el follaje y las ramas de los árboles.

A la derecha, en primer término, hay un poético rincón esclarecido por la luz de la luna y en el que se verá una pequeña fuente con un surtidor; a los lados dos banquillos rústicos.

A la izquierda, hacia el foro, figura que está la casa. En ese punto resplandece una mayor iluminación y se escucha la música de un sexteto y gran rumor de gente.

ESCENA PRIMERA

MARUJA, CONCHITA, QUIQUE y NOLO del foro izquierda

Mar.

¡Ay, sí, hija, sí, por Dios!... Vamos hacia este rincón.

Quique

Esto está muy poético.

Con.

Por lo menos muy solo.

Nolo

Solísimo.

Mar.

A mí estas cachupinadas me ponen frenética.

Quique

¡Pero por Dios, qué gente tan cursi hay aquí!

Mar.

No, allí, allí...

Quique

Eso he querido decir.

Mar.

Pues ha dicho usted lo contrario, hijo mío.

Con.

¿Y has visto a Florita?

Nolo

¡Qué esperpento!

Con.

La visten sus enemigos.

Mar.

¡Eso quisiera ella!... Ni eso.

[p. 40]

Con.

¡Con ese pelo y con esa figura que me gasta, ponerse un traje salmón!... ¡Ja, ja!...

Nolo

¡Y hay que ver lo mal que la sienta el salmón!

Mar.

Está como para tomar bicarbonato.

Quique

¿Y qué me dicen ustedes de su amiga inseparable, de Nilita, la de Palacios?...

Con.

¡Cuidado que es orgullosa!... Acaba de decirme que ella no baila más que con los muchachos de mucho dinero.

Mar.

Ya lo dice Catalina Ansúrez, que esa es como un trompo, sin guita no hay quien la baile.

Quique

¡Ja, ja!

Con.

¡Y mire usted que llamarse Nilita!

Nolo

Yo cuando voy a su casa no fumo.

Con.

¿Por qué?

Nolo

Me da miedo. Eso de Nilita me parece un explosivo... ¡La nilita!

Mar.

¡No tiene el valor de su Petronila!

Todos

(Riendo.) ¡Ja, ja!

Con.

Y habrán comprendido ustedes que esta cachupinada la dan los Trevelez para presentarnos al novio, a Galán.

Mar.

No lo presentarán como galán joven, ¿eh?

Quique

Ni mucho menos.

(Ríen todos.)

ESCENA II

DICHOS, TITO y TORRIJA por la izquierda

Tito

¡Caramba!... ¡Coro de murmuración; como si lo viera!

Mar.

Ay, hijo, ¿en qué lo ha conocido usted?

Tito

Mujeres junto a una fuente, y con cacharros... a murmurar, ya se sabe.

Quique

Oiga usted, señor Guiloya, ¿eso de cacharros, es por nosotros?

Tito

Es por completar la figura retórica.

Quique

¿Y por qué no la completa usted con sus deudos?

Tito

No los tengo.

Quique

Bueno, pues con sus deudas, que esas no dirá usted que no las tiene.

[p. 41]

Tor.

¡Ja, ja!... (Fingiendo una gran risa.) ¡Pero has visto qué gracioso!...

Tito

¡Calla, hombre! Si este joven creo que hace unos chistes con los apellidos, que dice su padre que por qué no será todo el mundo expósito...

Mar.

Es que si el chico fuera muy gracioso, ¿qué iban a hacer los demás?

Tito

Bueno; pero vamos a ver. ¿Se murmuraba o no se murmuraba?

Mar.

No se murmuraba, hijo; sencillos comentarios.

Tito

No, si no me hubiesen extrañado las represalias, porque hay que oír cómo las están poniendo a ustedes allí, en aquel cenador precisamente.

Mar.

¡Ay, sí!... ¿y quién se ocupa de nosotros, hijo?

Tor.

Pues Florita, su despiadada, su eterna rival de usted.

Mar.

¿Y qué decía, si puede saberse?

Tor.

Que no puede usted remediarlo, que desde que sabe usted que ella se casa, que se la come la envidia. Que por eso se han venido ustedes tan lejos.

Tito

Y que toda la vida se la ha pasado usted poniéndole dos luces a San Antonio, una para que le dé a usted novio y otra para que se le lo quite a las amigas.

Tor.

Pero que ya puede usted apagar la segunda.

Tito

Y la primera.

Mar.

¿Y les ha mandado a ustedes a soplar, eh?... ¡Muy bien, muy bien!... (Todos ríen.)

Quique

(Chúpate esa.)

Nolo

(Tiene gracia.)

Tito

Pues si oye usted a Aurorita Méndez... ¡qué horror!... decía que no sabe qué atractivo tiene usted para que la asedien tantos pipiolos.

Nolo

Oiga usted, señor Guiloya, ¿eso de pipiolos, es por nosotros?

Tito

Es por completar la figura retórica.

Tor.

Y la ha puesto a usted un mote que ha sido un éxito.

Tito

La llama «El Paraíso de los niños».

Mar.

¡Muy gracioso, muy gracioso!... ¿y eso lo ha[p. 42] dicho Aurorita Méndez? ¡Me parece mentira que diga esas cosas la hija de un catedrático!

Con.

Una pobrecita más flaca que un fideo y que lleva un escote hasta aquí.

Mar.

Y no sé para qué, porque enseña menos que su padre...

Quique

¡Que es el colmo!

Mar.

Como que cuando esa marisabia hizo el bachillerato, decían los chicos que el latín era lo único que tenía sobresaliente.

Con.

¡Déjalas... ya quisieran!

Nolo

No haga usted caso. Siempre ha habido clases.

Mar.

Eso lo dirá el padre, porque ella tiene vacaciones para un rato... ¡El Paraíso de los niños!... Vamos hacia allá, que voy a ver si le digo dos cositas y me convierto en «El Infierno de los viejos...»

Nolo, Quique

Muy bien, muy bien. ¡Bravo, bravo! (Vanse izquierda.)

Tito

Va que trina. (Riendo.)

Tor.

¡Esta noche se pegan!...

Tito

Eso voy buscando.

Tor.

¡Eres diabólico!

ESCENA III

DICHOS, PICAVEA y MANCHÓN

Pic.

Oye, ¿qué le habéis hecho a Maruja Peláez, que va echando chispas?

Tor.

Las cosas de éste; ya le conoces.

Tito

¿Y Galán, y Galán?... ¿cómo anda, tú?

Man.

¡Calla, chico, medio muerto!

Pic.

Allí le tenéis al pobre, en brazos de Florita, lívido, sudoroso, jadeante... Pasan del Fox trot al Guan step, y del Guan step al tuesten, sin tomar aliento.

Man.

Y en el tuesten le hemos dejado.

Pic.

Está que echa hollín.

Tito

¡Formidable, hombre, os digo que formidable!...

Pic.

Bueno, tú, pero yo creo que debías ir pen[p. 43]sando en buscar una solución a esta broma, porque el pobre Galán, en estos quince días, se ha quedado en los huesos.

Man.

¡Está que no se le conoce!

Tor.

¡Da lástima!

Tito

Señor, ¿pero no era esto lo que nos proponíamos? Las bromas, pesadas, o no darlas.

Man.

Sí, pero es que este hombre está en un estado de excitación, que ya has visto los dos puntapiés que le ha dado a Picavea en el vestíbulo.

Pic.

¡Qué animal!... ¡Como que si no le sujetáis me tienen que extraer la bota quirúrgicamente!

Tito

¿Se ha enterado don Gonzalo del jaleo?

Tor.

Creo que no. Pero en fin, yo también temo que Galán, si apuramos mucho la broma, en su desesperación, confiese la verdad y se produzca una catástrofe.

Tito

No asustarse, hombre, si le tiene a don Gonzalo más miedo que nosotros.

Pic.

Bueno, pero es que además, estos pobres ancianos han tomado la cosa tan en serio, que, según dicen, Florita se está haciendo hasta el trousseau. Y vamos, hasta este extremo, yo creo que...

Tito

Nada, hombre, que no apuraros. Ya me conoceis... ¿Habéis visto la gracia conque he complicado todo esto?... Pues mucho más gracioso es lo que estoy tramando para deshacerlo.

Los tres

¿Y qué es? ¿qué es?

Tito

Permitidme que me lo reserve. Lo tengo todavía medio urdido. Os anticiparé, sin embargo, que es un drama pasional, que voy a complicar en él nuevos personajes y que tiene un desenlace muy poético, inesperado y sentimental...

Pic.

Bueno, pero...

Tito

Ni una palabra más. Pronto lo sabréis todo.

Man.

Chits... silencio. Mirad, Galán que viene agonizante en brazos de don Marcelino.

Tor.

¡Pobrecillo!

Tito

Huyamos. (Vanse izquierda riendo.)

[p. 44]ESCENA IV

GALÁN y DON MARCELINO (por la derecha)

Num.

(Desesperado, deprimido, con cara de fatiga y medio llorando.) ¡Ay, que no... ay, que no puedo más, señor Córcoles!... Yo me marcho, yo huyo, yo me suicido. Todo menos otro Fox trot.

Marc.

(Conteniéndole.) Pero espera, hombre, por Dios, ten calma.

Num.

No, no puedo. ¡Otro Guan step y fallezco! Esta broma está tomando para mí proporciones trágicas, espeluznantes, aterradoras... Yo me voy, me voy... ¡Déjeme usted!...

Marc.

¡Pero, por Dios, Galán, no seas loco! Ten calma...

Num.

No, no puedo más, don Marcelino; porque, aparte del terror que me inspira don Gonzalo... es que Florita... ¡Florita me inspira mucho más terror todavía!... (Se vuelve aterrado.) ¿Viene?

Marc.

No, no tengas miedo, hombre.

Num.

No, si no es miedo; ¡es pánico!... porque sépalo usted todo, don Marcelino... ¡Es que la he vuelto loca!

Marc.

¿Loca?

Num.

¡Está loca por mí!... ¡pero loca furiosa!

Marc.

¿Es posible?

Num.

Lo que sintió Eloísa por Abelardo fué casi una antipatía personal comparado con la pasión que he encendido en el alma volcánica de esta señorita... y la llamo señorita por no agraviar a ninguna especie zoológica. Figúrese usted que me obliga a estar a su lado para hablarme de amor, durante ¡nueve horas diarias!

Marc.

¡¡Nueve!!

Num.

¡Y cuando me voy me escribe!

Marc.

¡Atiza!

Num.

Mientras estoy en la oficina me escribe... Me voy a comer y me escribe... Me meto en el baño...

[p. 45]

Marc.

¿Y te escribe?

Num.

Me cablegrafía. ¡Lleva en el bolsillo una caja de pastillas de sublimado y una browning por si la abandono! Las pastillas para mí, la browning para... digo, no... Bueno, no me acuerdo, pero yo en el reparto salgo muy mal parado. ¡Dice que me mata si la dejo!

Marc.

Eso es lo peor.

Num.

No, quiá. Lo peor es que como sabe usted que pinta, me está haciendo un retrato.

Marc.

¿Al óleo?

Num.

Al pastel. Y tengo que poner la mirada dulce...

Marc.

Es natural.

Num.

Y estarme hora y media inmóvil, vestido de cazador, con aquellos dos perros del regalito, que se me están comiendo el sueldo, y una liebre en la mano, en esta actitud. (Hace una postura ridícula.)

Marc.

Como diciendo: ¡ahí va la liebre!

Num.

¡Sí, señor, y así quince días!... ¡¡Quince!!... ¡Figúrese usted cómo estaré yo y cómo estará la liebre!

Marc.

¡Y cómo estarás de pastel!

Num.

Que paso por una pastelería y me vuelvo de espaldas. No le digo a usted más. ¡Con lo goloso que yo era!

Marc.

¡Qué horror!

Num.

Bueno, pues mientras me acaba el pictórico, me ha pedido el retrato fotográfico, ha mandado sacar ocho ampliaciones y dice que me tiene en el gabinete y en el comedor y en los pasillos... ¡y que me tiene hasta en la cabecera de la cama!... ¡Y yo no paso de aquí, don Marcelino, no paso de aquí!

Marc.

¡Pobre Galán!... pero claro, lo que sucede es lógico. Una mujer que ya había perdido sus ilusiones ve renacer de pronto...

Num.

Lo ve renacer todo. ¡Qué ímpetu, qué fogosidad!... ¡Con decirle a usted que ya está bordando el juego de novia!

Marc.

¡Hombre, por Dios, procura evitarlo!

Num.

¿Pero cómo?... Si para disuadirla hasta la he dicho que está prohibido el juego y no me hace caso. Ayer me enseñó dos saltos de cama—figúrese usted el salto mío—, para[p. 46] preguntarme que cómo me gustaban más los saltos, si con caídas o sin ellas.

Marc.

Tú le dirías que los saltos sin caídas.

Num.

Yo no sé lo que le dije, don Marcelino, porque yo estoy loco. Puedo jurarle a usted que en mi desesperación, más de tres veces he venido a esta casa resuelto a confesarle la verdad a don Gonzalo; pero claro, le encuentro siempre tirando a las armas, o con los guantes de boxeo puestos, dándole puñetazos a una pelota que tiene sujeta entre el techo y el suelo...

Marc.

Un funchimbool.

Num.

No sé cómo se llama, pero como a cada puñetazo la pelota oscila de un modo terrible y la habitación retiembla, yo me digo: ¡Dios mío, si le confieso la verdad y se ciega y me da a mí uno de esos en el balón, (Por la cabeza.) pasado mañana estoy prestando servicio en el Purgatorio!

Marc.

No, hombre, no, por Dios... Ten ánimo, no te apures.

Num.

Sí, no te apures, pero el compromiso va creciendo y esos miserables burlándose de mí. ¡Maldita sea!...

Marc.

¡Ah!, oye; lo que te aconsejo es que te moderes, porque Gonzalo me acaba de preguntar que por qué le has dado dos puntapiés a Picavea en el vestíbulo, y no he sabido qué decirle.

Num.

Y los mato, no lo dude usted, los mato como no busquen a este conflicto en que me han metido una solución rápida, inmediata. ¡Es necesario, es urgentísimo!

Marc.

Descuida, que creo lo mismo, y en ese sentido voy a hablarle a Tito Guiloya.

Num.

¡Sí, porque yo no espero más que esta noche para tomar una resolución heróica!

Marc.

Aguárdame aquí. Voy a hablarles seriamente. No tardo.

Num.

Oiga usted, don Marcelino; si Florita le pregunta a usted que dónde estoy, dígale que me he subido a la azotea, hágame el favor. Siquiera que tarde en encontrarme, porque me andará buscando, de seguro.

Marc.

Descuida. (Vase izquierda.)

[p. 47]ESCENA V

NUMERIANO GALÁN; luego FLORITA

Num.

(Cae desfallecido sobre un banco.) ¡Ay, Dios mío! Bueno, yo hace quince días que no duermo, ni como, ni vivo... ¡Y yo que nunca he debido un céntimo, me he hecho hasta tramposo!... Porque entre los dos perros y el marco, que lo estoy pagando a plazos, se me va la mitad del sueldo. ¡Qué cuadrito!... Don Gonzalo le llama la mancha, pero quiá. Es muchísimo más grande. La Mancha y la Alcarria, todo junto. ¡No le he puesto más que un listón alrededor y me ha subido a veinticinco duros!... ¡Ay!, yo estoy enfermo, no me cabe duda. Tengo dolor de cabeza, inquietud, espasmos nerviosos; porque además de todo esto, esa mujer me tiene loco. Es de una exaltación, de una vehemencia y de una fealdad que consternan. Y luego tiene unas indirectas... Ayer me preguntó si yo había leído una novela que se titula El primer beso, y yo no la he leído; pero aunque me la supiera de memoria... ¡Esas bromitas no! Y para colmo, habla con un léxico tan empalagoso, que para estar a su altura me veo negro. Aquí me he venido huyendo de ella... Aquí, siquiera por unos momentos, estoy libre de esa visión horrenda, de esa visión...

Flora

(Apartando el ramaje del fondo de la fuente, asoma su cara risueña y dice melodiosamente.) ¡Nume!

Num.

(Levantándose de un salto tremendo.) (¡Cuerno!... ¡La visión!)

Flora

Adorado Nume...

Num.

(Con desaliento.) ¡Florita!

Flora

(Saliendo. Lo mira.) ¡Pero cuán pálido! ¡Estás incoloro! ¿Te has asustado?

Num.

(Desfallecido.) Si me sangran no me sacan un coágulo.

Flora

Pues yo, errabunda, hace un rato que de un lado a otro del parterre vago en tu busca. ¿Y tú, amor mío?

[p. 48]

Num.

¡Yo vago también; pero más vago que tú, me había sentado un instante a delectarme en la contemplación de la noche serena y estrellada!...

Flora

¡Oh, Nume!... Pues yo te buscaba.

Num.

Pues si yo sé que me buscas, te juro que corro, que corro a tu encuentro.

Flora

Y dime, Nume, ¿qué hacías en este paradisiaco rincón?

Num.

Rememorarte. (Con más elegancia, ni d’Anunzzio.)

Flora

¡Ah, Nume mío, gracias, gracias! Ah, no puedes suponerte cuánto me alegro encontrarte en este lugar recóndito.

Num.

Bueno, pero, sin embarco, yo creo que debíamos irnos, porque si alguien nos sorprendiera arrinconados y extáticos, podía macular tu reputación incólume y eso molestaríame.

Flora

¿Y qué importa, Nume?... ¡La felicidad es un pájaro azul que se posa en un minuto de nuestra vida y después levanta el vuelo y Dios sabe en qué otro minuto se volverá a posar!

Num.

Sí, pero figúrate que ahora viene el pájaro y se posa, pero luego pasa uno y nos lo espanta y encima lo divulga, y ¿qué pasa? Pues que te pesa. Hay que estar en todo. (Intenta irse.)

Flora

(Deteniéndole.) Nume, no seas tímido. La dicha es efímera. Siéntate, Nume.

Num.

No me siento, Florita. (¡A solas la tengo pánico!)

Flora

Anda, siéntate, porque quiero en este rincón de ensueño pedirte una revelación... (Le obliga a sentarse.)

Num.

¡Una revelación!... Bueno; si eres rápida y sintética, atenderéte; pero si no, alejaréme. Habla.

Flora

Vamos a ver, Nume, con franqueza: ¿por qué te he gustado yo?

Num.

Por nada.

Flora

¿Cómo?

Num.

Quiero decir que no me has gustado por nada y... me has gustado por todo. Te he encontrado...

[p. 49]

Flora

¿Qué?... ¿Qué?...

Num.

Te he encontrado un no sé qué... un qué sé yo... un algo así, indefinible; un algo raro. ¡Raro, esa es la palabra!

Flora

Bueno; ¿qué te han gustado más, los ojos, la boca, el pie?

Num.

Ah, eso no, no... detallar no he detallado. Me gustas, ¿cómo te lo diría yo?... En conjunto, en total... Me gustas en globo, vamos...

Flora

¡En globo! ¡Qué concepto tan elevado!

Num.

Sí, elevadísimo; lo más elevado posible... como corresponde a mi admiración.

Flora

¡Ah, Nume mío, gracias, gracias!

Num.

No hay de qué.

Flora

Y dime, Nume, una simple pregunta; ¿tú has visto por acaso en el Cine una película que se titula «Luchando en la obscuridad»?...

Num.

¿En la obscuridad?... No; yo en la obscuridad no he visto nada.

Flora

¡Lo decía, porque en una de sus partes hay una escena tan parecida a ésta!

Num.

(Aterrado.) ¿Sí? (Intenta levantarse. Ella le detiene.)

Flora

Es un jardín. Un rincón poético, una fontana rumorosa, la luna discreta, dos amantes apasionados...

Num.

(Con miedo creciente.) ¡Qué casualidad!

Flora

De pronto los amantes, yo no sé por qué, se miran, se prenden de las manos, se atraen.

Num.

(¡Cielos!)

Flora

Y un beso une sus labios; un beso largo, prolongado; uno de esos besos de Cine, durante los cuales todo se atenúa, se desvanece, se esfuma, se borra, y... aparece un letrero que dice, Milano Films. Pues bien, Nume, ese final...

Num.

¡No, no... jamás... Florita!... Cálmate o pido socorro... No quiero dejarme llevar de la embriaguez. ¡Yo no llego al Milano ni aunque me emplumen!...

Flora

¡Pero, Nume mío!...

Num.

No, Flora, hay que hacerse fuertes... Vámonos, vida mía. Vámonos o llamo. (Se escucha pianísimo el vals de «Eva».)

[p. 50]

Flora

(Exaltada.) Espera... atiende... ¡Oh, esto es un paraíso!... ¿No escuchas?

Num.

Sí; el vals de Eva.

Flora

¡Delicioso!

Num.

Delicioso, pero vámonos.

Flora

¡Divina, suave, enloquecedora melodía de amor! ¿Quieres que nos vayamos como en las operetas?...

Num.

Vámonos, y vámonos como te dé la gana.

Flora

¡Oh, Nume!... (Se van bailando el vals.)

Num.

¡Por Dios, Florita, no aprietes que congestionas! (Hacen mutis bailando. Vanse por la izquierda.)

ESCENA VI

DICHOS y DON GONZALO, por la izquierda

Gonz.

(Los saca cogidos cariñosamente, a ella de una mano y a él de una oreja. Ella baja la cabeza risueña y ruborosa ocultando la cara tras el abanico; él aterrado, aunque tratando inútilmente de sonreír.) ¡Venid, venid acá, picarillos irreflexivos, imprudentes!...

Flora

¡Ay, por Dios, Gonzalo!... ¡Cogiónos!

Gonz.

¡Aquí, en un rincón, y los dos solitos!...

Num.

Don Gonzalo, por Dios, yo neguéme, pero ella insistióme y complacíla, ¿qué iba a hacer?

Gonz.

(Cambiando la fingida expresión de enfado por otra risueña.) No, hombre, no, si lo comprendo. Los enamorados son como los pájaros; siempre buscando las frondas apartadas, los lugares silenciosos...

Flora

(Muy digna.) ¡Pero por Dios, Gonzalo; a pesar de la soledad no vayas a creer que nosotros!...

Num.

Yo aseguro a usted que ha sido una cosa meramente fortuita.

Gonz.

¿Fortuita?... Cállese el seductor.

Flora

¡Uy, seductor!...

Num.

Don Gonzalo, yo le juro...

Gonz.

Ahora, que yo confío, amigo Galán, en su caballerosidad, y espero que este tesoro encomendado a su hidalguía...

[p. 51]

Num.

¡Por Dios!, ¿quiere usted enmudecer?... ¡Ni aunque nos sorprendiese usted en el Trópico!

Gonz.

Ya lo sé, ya lo sé... Y vaya, pase esto como una ligereza de chiquillos, y ahora que estamos los tres juntitos, venid acá, parejita feliz. Venid y decidme... ¿Sois muy dichosos, muy dichosos?... La verdad...

Num.

Hombre, don Gonzalo... yo...

Gonz.

No me diga usted más. (A Flora.) ¿Y tú?

Flora

Mucho, mucho, mucho. No hay paleta por muy paleta que sea que tenga colores suficientes para pintar mi felicidad.

Gonz.

¡Oh, qué feliz, qué venturoso me haceis!... ¡Ah, querido Galán, ya lo ve usted... en ese corazoncito ya no vivo yo solo! (Con pena.)

Flora

¡Por Dios, Gonzalo!

Gonz.

Sí. ¡Otro cariñito ha penetrado en él arteramente y apenas queda ya sitio para el pobre hermano!...

Num.

¡Hombre, don Gonzalo, yo sentiría que por mí!...

Gonz.

¡Ah, pero no me importa!... Ámela usted con este acendrado amor con que yo la amo, y si la veo dichosa me resignaré contento a la triste soledad en que voy a quedarme...

Num.

Don Gonzalo, por Dios; si le va a usted a servir esto de un disgusto tan grande... yo estoy dispuesto incluso a renunciar a...

Flora

¡Pero calla, por Dios!... ¿qué estás diciendo?... Si son tonterías de éste... Chocheces. ¡Egoísmos de viejo!...

Gonz.

Sí, sí... egoísmos. Pero, por Dios, riquita, no te enfades. Y ¡ea!... Perdonad a un hermano impertinente esta pequeña molestia... Y venga usted acá, querido Galán, venga usted acá... ¡Oh, amigo mío, ha elegido usted tarde, pero ha elegido usted bien!

Flora

Vamos, calla, por favor, Gonzalo.

Gonz.

Yo no digo que físicamente Florita sea una perfección, pero ¡es un conjunto tan armónico, tan sugestivo, tan atrayente!... Ni es alta, ni baja, ni rubia, ni morena... es más bien castaña... ¡pero qué castaña!... Y mirándola... cuántas... cuántas veces he recordado los versos del jocundo, del galante arcipreste de Hita.

[p. 52]

«Cata, mujer fermosa, donosa e lozana,

que non sea mucho luenga, otro si nin enana.»

Flora

Estatura regular, vamos. (Alardeando de la suya.)

Gonz.

«Que teña ojos grandes, fermosos, relucientes,

e de luengas pestañas, bien claros e reyentes.»

Flora

(Los abre mucho.) Como por ejemplo...

Gonz.

«Las orejas pequeñas, delgadas. Para al mientes.

Si ha el cuello alto, que a tal quieren las gentes.

La nariz afilada...»

Flora

Bueno, eso...

Gonz.

«Los dientes menudillos,

los labios de la boca bermejos, angostillos.

La su faz sea blanca, sin pelos, clara e lisa.

Puña de haber mujer que la veas deprisa,

que la talla del cuerpo te dirá esto a guisa

e complida de hombros e con seno de peña,

ancheta de caderas; esta es talla de dueña.»

(Flora ha ido siguiendo el relato con gestos y actitudes que demuestran su identidad con los versos.)

Flora

El señor arcipreste parece que me conocía de toda la vida.

Gonz.

¿Qué tal, qué tal el retratito?

Num.

Un verdadero calco.

Gonz.

(A Flora.) Y respecto a ti, vamos, que tampoco te llevas costal de paja.

Num.

Hombre, tanto como costal...

Flora

(Riendo coquetonamente.) ¡Y aunque fuera costal, cargaría con él!

Gonz.

(Riendo.) ¿Oyóla usted, afortunado Galán?...

Num.

Oíla, oíla...

Gonz.

Bueno; y ahora, como recuerdo de esta noche memorable, voy a hacerle a usted un regalito.

Num.

¡No, eso sí que no; regalitos de ninguna manera, don Gonzalo, por lo que más quiera usted en el mundo!

Gonz.

No, si no nos causa extorsión... Es un retablo gótico, estofado, siglo XVII, con un tríptico atribuído a Valdés Leal, nueve metros de altura por seis de ancho; una verdadera joya.[p. 53] Mande usted restaurar el estofado que es lo que está peor...

Num.

Claro, figúrese usted, un estofado de tantos siglos...

Gonz.

Y por tres mil pesetas...

Num.

Sí, bueno, pero tres mil pesetas por un estofado, comprenderá usted... Además, que es cosa a la que no he tenido nunca gran afición...

Gonz.

Entonces nada digo... Y ea, amigo Galán, adelántesenos usted; evitemos la maledicencia, que no nos vean llegar juntos. Les separo a ustedes, pero sólo unos minutos. No me guarde usted rencor.

Num.

No, no, quiá... ¡Cómo rencor!... ¡por Dios!... Aprovecharé para ir a la sala de billar.

Flora

Bueno; pero no tardes, ¿eh?

Num.

Descuida.

Flora

¡Como tardes, te escribo!

Num.

No, no, por Dios... Seguiréte raudo... ¡Adiós! ¡Maldita sea! ¡No sé a qué sabrá el ácido prúsico, pero esto es cincuenta veces peor! (Vase izquierda.)

ESCENA VII

FLORA y DON GONZALO

Gonz.

Habrás comprendido que, aun a trueque de enojarte, he alejado a Galán intencionadamente.

Flora

Figurémelo.

Gonz.

¿Te ha dicho al fin por qué le dió las dos punteras a Picavea?

Flora

¡Ay!, ni me he acordado de preguntárselo, ¿querrás creerlo?

Gonz.

¡Pero, mujer!...

Flora

¡No te extrañe, Gonzalo; el amor es tan egoísta!... Pero, ah, yo lo sospecho todo.

Gonz.

¿Qué sospechas?

Flora

Que Picavea y Galán se han ido a las manos; mejor dicho, se han ido a los pies por causa mía.

Gonz.

¿Será posible?

[p. 54]

Flora

Como sabes que los dos me hacían el amor desde los balcones del Casino y he preferido a Galán, observo que Picavea está así como celoso, como sombrío, como despechado. No se aparta de Tito Guiloya. Los dos miran a Numeriano y se ríen. Y además, hace unos minutos he visto a Picavea en un rincón del jardín hablando misteriosamente con Solita.

Gonz.

¿Con tu doncella?

Flora

Con mi doncella. ¿Tratará de comprarla?

Gonz.

¿De comprarla qué?

Flora

De ganar su voluntad para que le ayude, quiero decir... Lo sospecho; porque al pasar por entre los evónivus, sin que me vieran, le oí decir a ella: «¡Pero por qué ha hecho usted eso, señorito; qué locura!» Y él la contestaba: «¡Por derrotar a Galán, haré hasta lo imposible; llegaré hasta la infamia, no lo dudes!»

Gonz.

¡Oh, qué iniquidad! ¿Pero has oído bien, Florita?

Flora

Relatélo según oílo, Gonzalo. Ni palabra más ni palabra menos. Yo estoy aterrada, porque en el fondo de todo esto veo palpitar un drama pasional.

Gonz.

Verdaderamente hemos debido alejar de nuestra casa a Picavea con cualquier pretexto.

Flora

Al menos no haberle invitado.

Gonz.

Sí, pero a mí me parecía incorrecto sin motivo alguno hacer una excepción en contra suya.

Flora

Sí, es verdad, pero, ¡ay, Gonzalo! No sé qué me temo. ¿Tramará algo en la sombra ese hombre?

Gonz.

No temas; descuida. Por todo cuanto has dicho, yo también sospecho que algo trama. Pero estaré vigilante y a la primera incorrección, ¡ay de él!

Flora

¡Por Dios, Gonzalo, efusión de sangre, no!

Gonz.

Descuida. Sé lo que me cumple. No le perderé de vista. (Vase izquierda.)

[p. 55]ESCENA VIII

DON MARCELINO, NUMERIANO, TITO, TORRIJA, PICAVEA y MANCHÓN, por el foro izquierda

Marc.

Oye, pero venid, venid en silencio... Venid acá... ¿pero es posible lo que decís?

Tito

Lo que oye usted, don Marcelino.

Pic.

¡Albricias! ¡Albricias, Galán! ¡Estás salvado!

Num.

Yo no lo creo, no me fío.

Tor.

Que sí, hombre, que se le ha ocurrido a este una solución ingeniosísima, formidable. ¡No puedes imaginártela!

Pic.

Prodigiosa, estupenda... Ya lo verás...

Man.

Y que lo acaba todo felizmente, sin que nadie sospeche que esto ha sido una broma.

Num.

(A don Marcelino.) ¿Será posible?

Marc.

Veamos de qué se trata.

Tito

Te advierto que es una cosa que requiere algún valor.

Num.

Sacadme de este conflicto en que me habéis metido, y Napoleón a mi lado es una señorita de compañía.

Marc.

Bueno; decid, decid pronto... ¿Qué es?

Pic.

Cuéntalo tú. Verán ustedes qué colosal.

Tito

Acercaos, no nos oigan. Es una cosa que tiene su asunto.

Num.

¿Asunto? (Se agrupan con interés.)

Tito

Se trata de representar un drama romántico. Decoración: este jardín; la noche, la luna... Argumento: Con cualquier motivo se procura que la señorita de Trevelez venga hacia aquí. Tras ella aparece Picavea...

Pic.

Aparezco yo...

Tito

Siguiendo solapado y cauteloso sus pasos leves.

Num.

Leves para vosotros, para mí de pronóstico. Adelante.

Tito

Picavea, apelando a un recurso cualquiera, denota su presencia. Ella, sorprendida al verle, dirá: «¡Ah! ¡Oh!», en fin, la exclamación que sea de su agrado, y entonces éste, con frase primero emocionada, luego vibrante y al fin trágica, le da a entender en[p. 56] una forma discreta, que hace tiempo que la ama de un modo ígneo. Como Florita le ha visto muchas veces en los balcones del Casino atisbando sus ventanas, caerá fácilmente en el engaño, como cayó contigo. Y una vez conseguido esto, Picavea se manifiesta francamente rival tuyo. Le dice que te confió el secreto de su amor y que tú te anticipaste, traicionándole, y a partir de esta acusación, te insulta, te injuria, te calumnia... En esto, surges tú de la enramada, como aparición trágica, lívido, descompuesto, con los ojos centelleantes, las manos crispadas, y te increpa, le vituperas, le agredes... Suena un ¡ay!... dos gritos, y éste te da a ti cuatro bofetadas...

Num.

¿Cuatro bofetadas a mí? Encima de...

Tito

Son indispensables.

Marc.

¿Pero no se podría hacer un reparto más proporcional?

Tito

No, porque las bofetadas han de dar lugar a un duelo, y el duelo es precisamente la clave de mi solución.

Num.

¿De modo que tras lo uno... lo otro?... (Acción de pegar.)

Marc.

Cállate... Sigue.

Tito

Galán, ofendido por la calumnia y por los golpes, le envía a este los padrinos; pero Picavea se niega en absoluto a batirse, alegando que éste, encima de robarle el amor de Florita, le quiere quitar la vida, y que él rendirá la vida a manos de Galán, pero el amor de Florita, no. Y en consecuencia, que impone como condición precisa para batirse que los dos han de renunciar a ella, sea cual fuere el resultado del lance.

Man.

¡Admirable!

Num.

¡Lo de renunciar yo, colosal!

Tito

Tú en seguida la escribes a tu prometida una carta heróica, diciendo que por no aparecer como un cobarde sacrificas tu inmenso amor, y al día siguiente se simula el duelo, y tú, fingiéndote herido, te estás en cama ocho días con una pierna vendada.

Num.

No, las piernas déjamelas libres por lo que pueda suceder.

[p. 57]

Marc.

Sí, no metas las piernas en el argumento.

Tito

Las amigas consolarán a Florita, nosotros convenceremos a don Gonzalo para que vuelva a dedicarse a la aerostación y se distraiga, y tuti contenti. ¿Eh, qué tal?

Man.

¡Estupendo!

Num.

¿Qué le parece a usted, don Marcelino?

Marc.

Mal, hijo; ¿cómo quieres que me parezca?... Ahora, que como yo no veo solución ninguna, lo que me importa es que termine pronto el engaño de estas pobres personas, sea como sea. Haced lo que queráis. (Vase izquierda.)

Num.

Entonces, yo debo limitarme a salir cuando éste...

Man.

Tú vienes con nosotros, que ya te diremos.

Tito

¡Callad, Florita, Florita viene hacia aquí... y viene sola!...

Pic.

Como anillo al dedo. Pues no perdamos la ocasión. Cuanto antes mejor. ¿No os parece? Dejadme solo. Marchaos pronto.

Tor.

¡Que te portes como quien eres!

Pic.

Zacconi me envidiaría. ¡Ya me conoceis cuando me pongo lánguido y persuasivo!

Num.

¡Oye, y a ver cómo me das esas dos bofetadas que no me molesten mucho!

Pic.

¡Cuatro, cuatro!...

Tito

Por aquí... silencio. (Vanse foro derecha. Picavea se oculta en el follaje.)

ESCENA IX

PICAVEA y FLORITA, primera izquierda

Flora

(Como buscándole.) ¡Nume!... ¡Nume!... ¡No está! (Llama otra vez.) ¡Nume!... ¿Pero qué ha sido de ese hombre, si dijo que vendría en seguida?... ¿Estará acaso?... ¡Dios mío, cuando se ama ya no se vive! (Llama de nuevo.) ¡Nume!...

Pic.

(Apareciendo.) ¡Florita!

Flora

¡Ah!... ¿quién es?

Pic.

Soy yo.

Flora

(¡¡Él!!) ¡Picavea!... ¿usted?

Pic.

Soy yo que venía siguiéndola.

[p. 58]

Flora

¿Siguiéndome?... ¡Qué extraño!... Pues... es la primera vez que no noto que me siguen...

Pic.

Es que he procurado recatarme todo lo posible.

Flora

¿Recatarse, por qué?

Pic.

Porque deseaba ardientemente una ocasión para poder hablar a solas con usted.

Flora

¿A solas conmigo?... (Aparte.) (¡Ay, lo que yo temíame!) ¿Y dice usted que a solas?...

Pic.

A solas, sí.

Flora

(Con gran dignidad.) Señor Picavea, usted no ignora que en mis actuales circunstancias yo no puedo hablar a solas con un hombre, sin infringirle un agravio a otro. Ya no dispongo de mi libre albedrío. Beso a usted la mano, como suele decirse. (Hace una reverencia y se dispone a marchar.)

Pic.

(La coge la mano para retenerla.) ¡Por Dios, Florita, un instante!...

Flora

He dicho que beso a usted la mano, conque suélteme usted la mano.

Pic.

Yo la ruego que me escuche una palabra, una sola palabra.

Flora

Si no es más que una, oiréla por cortesía. Hable.

Pic.

Florita, yo no ignoro su situación de usted, desgraciadamente.

Flora

¿Cómo desgraciadamente?

Pic.

Desgraciadamente, sí... no quito una letra. Y comprenderá usted que cuando ni el respeto a las circunstancias en que usted se halla ni el temor a ninguna otra clase de incidentes me detiene, muy grave y muy hondo debe ser lo que pretendo decirla.

Flora

(Aparte.) (¡Dios mío!) ¡Pero, Picavea!...

Pic.

¡Más bajo... pueden oírnos!

Flora

¡Ay, pero por Dios, Picavea!...

Pic.

¡Más bajo... pueden oírnos!

Flora

¡Ay, pero por Dios, Picavea!... Ese tono, esa emoción... Está usted pálido, tembloroso... Me asusta usted. ¿De qué se trata? Hable usted pronto... hable usted deprisa.

Pic.

¿Deprisa?

Flora

Deprisa, sí; me desagradaría que nos sorprendieran. Nume es muy celoso. Hable.

Pic.

Florita, ¿usted no ha observado nunca que[p. 59] yo, día tras día, me he estado asomando al gabinete de lectura del Casino, para mirar melancólicamente a sus ventanas?

Flora

¡Oh, Picavea!

Pic.

Conteste usted... diga usted.

Flora

Pues bien, sí, la verdad, lo he notado. Muchas veces le he visto a usted con una Ilustración muy deteriorada en la mano, hojeando las viñetas y soslayando de vez en vez la mirada hacia mi casa; pero yo atribuílo a mera curiosidad.

Pic.

¿De modo que no ha caído usted en el verdadero motivo?

Flora

No; yo me asomaba a la ventana, pero no caía.

Pic.

Pues ha debido usted caer.

Flora

¡Picavea!

Pic.

Ha debido usted caer. El poema de las miradas saben leerlo todas las mujeres.

Flora

¡Oh, Dios mío!... ¿De modo, Picavea, que usted también?...

Pic.

¡Sí, Florita, sí... yo también la amo!

Flora

(¡Dios mío! ¿pero qué tendré yo de un mes a esta parte que cada hombre que miro es un torrezno?)

Pic.

(Cogiéndola de la mano.) Y si usted quisiera, Florita, si usted quisiera, todavía...

Flora

(Tratando de desasirse.) ¡Ay, no!, por Dios, Picavea, suélteme usted; suélteme usted, por compasión, que no me pertenezco.

Pic.

¿Y qué me importa?

Flora

Suélteme usted, por Dios... Repare usted que aún no estoy casada.

Pic.

Sí, es verdad. No sé lo que hago. Usted perdone.

Flora

(¡Pobrecillo!) (Alto.) ¡Pero oiga usted, Picavea, por Dios!... ¿Usted por qué ha de amarme?... No tiene usted motivos...

Pic.

¡El amor no se escoge ni se calcula, Florita!

Flora

Olvídeme usted.

Pic.

No es posible.

Flora

Acepte usted una amistad cordial. No puedo ofrecerle más. Déjeme usted ser dichosa con Galán; le quiero. Es mi primer amor, mi único amor, y por nada del mundo dejaríale.

[p. 60]

Pic.

(Esta señora es un Vesubio ambulante. Tengo que apretar.) (Alto.) ¿De modo, Florita, que no aborrecería usted a ese hombre de ninguna manera?

Flora

Ni aunque me dijesen que era Pasos Largos, ya ve usted.

Pic.

¿Y si fuera tan miserable que hubiese jugado con su amor de usted?...

Flora

¡Oh, eso no es posible!... (Sonriendo.) ¡Pero si no vive más que para mí!... ¡Si no ve más que por mis ojos!... ¿Lo sabré yo?

Pic.

Bueno, pero si a pesar de todo a usted le probaran que ese hombre había jugado vilmente con su corazón, ¿qué haría?

Flora

¡Oh, entonces mataríale, mataríale, sí, lo juro!

Pic.

Pues bien, Florita, lo que va usted a oir es muy cruel, pero hace falta que yo lo diga y que usted lo sepa. Galán no es digno del amor de usted.

Flora

(Aterrada.) ¡Picavea!

Pic.

¡Galán es un miserable!

Flora

¡Jesús! ¿Pero qué está usted diciendo? ¡Miente usted! ¡El despecho, la envidia, los celos, le hacen hablar así!...

Pic.

¡No, no; es un bandido, porque yo le confié el amor que usted me inspiraba y se me adelantó como un miserable!

Flora

¡Pero eso no puede ser! ¡Sería horrible!

Pic.

Además, ese hombre es un criminal que no merece su cariño, porque sépalo de una vez... ¡Ese hombre tiene cuatro hijos con otra mujer!

Flora

(Aterrada, enloquecida.) ¡¡Ah!!... ¡¡Oh!!... ¡Cuatro hijos!... ¡Falso, eso es falso! ¡Pruebas, pruebas!

Pic.

Sí, lo probaré. Traeré los cuatro hijos si hace falta. Esa mujer se llama Segunda Martínez.

Flora

¡¡Oh, cuatro hijos de Segunda!!

Pic.

Vive en Madrid, Jacometrezo, 92. Galán es un canalla. Yo lo sostengo. (Picavea hace señas con la mano para que salga Galán.)

[p. 61]ESCENA X

DICHOS, DON GONZALO. Después GALÁN, TORRIJA, GUILOYA y MANCHÓN. Luego DON MARCELINO.

Don Gonzalo sale cautelosamente y cae de un modo fiero y terrible sobre Picavea, cogiéndole por el pescuezo.

Gonz.

¡Ah, granuja! ¡Te has vendido!

Pic.

(Trémulo de horror.) ¡¡Don Gonzalo!!

Flora

¡Por Dios, Gonzalo! ¡No le mates!

Gonz.

Lo que sospechábamos... ¿Lo ves? ¿Lo estás viendo?

Pic.

Pero don Gonzalo, por Dios, que yo...

Gonz.

¡Silencio o te ahogo, miserable!

Flora

¡Ay, Gonzalo, cálmate!

Gonz.

¡Quieres con tus calumnias destrozar la felicidad de dos almas, pero no te vale, reptil! Te hemos descubierto el juego.

Pic.

¡Don Gonzalo, que yo no he dicho... que no era eso!... ¡Ay, que me ahoga!

Gonz.

¡Baja la voz, canalla, y escúchame! No mereces honores de caballero, pero yo no puedo prescindir de mi noble condición. Mañana te mataré en duelo.

Flora

¡Ay, no, Gonzalo!

Pic.

No, don Gonzalo, eso sí que no... en duelo no, que yo soy inocente.

Gonz.

Te mataré como un perro; y ahora a la calle, en silencio, sin escándalo, sin ruido... que no se entere nadie... (Se lo lleva hacia la izquierda.)

Pic.

¡Pero don Gonzalo!

Gonz.

(Dándole un puntapié.) ¡Largo de aquí, calumniador!...

Pic.

¡Pero atiéndame usted!

Gonz.

¡A la calle!... Ni una palabra más.

(Picavea vase despavorido primera izquierda.)

Num.

(Saliendo aterrado.) Pero don Gonzalo, ¿qué es esto? ¿Qué pasa? (Le siguen Torrija, Guiloya y Manchón.) ¡Está usted lívido!

Flora

¡Ay, Nume, Nume!... (Se acerca a él.)

Marc.

(Saliendo.) ¿Qué sucede? ¿Qué ha ocurrido?

Gonz.

Nada, nada, que voy a matar a un calum[p. 62]niador, nada más. Ya lo explicaré todo. Ahora basta que diga delante de todos que mi hermana es para usted. Esto nadie tendrá poder para impedirlo. Y ahora, como desagravio, un abrazo, Galán, un fuerte y fraternal abrazo.

Num.

¡Don Gonzalo!... (Cae desfallecido en sus brazos.)

Gonz.

(Mirándole.) ¿Pero qué es esto? ¡Esa inercia!... ¡Esa palidez!... (Sacudiéndole.) ¡Galán!... ¡Galán!... ¡Se ha desvanecido!

Flora

Nume, Nume... ¡Ay, que no me oye!... (Sacudiéndole.) Nume, escucha... Nume, mira...

Gonz.

¿Pero qué será esto?

Marc.

La emoción, la sorpresa, el disgusto quizá... Hacedle aire...

Flora

¡Llevémosle a la cama!...

Num.

(Recobrándose súbitamente.) No. Nada, nada... ya se me pasa; no es nada. El sombrero, el bastón... Esto se me pasa a mí corriendo... vamos, a escape, quiero decir... El sombrero, el bastón.

Gonz.

De ninguna manera. Usted no sale de esta casa. Va usted a tomar un poco de éter. A mi cuarto, a mi cuarto. Y por Dios, señores... Confío en su discreción. Ni una palabra de todo esto... Silencio, silencio... (Don Gonzalo y Florita se llevan a Galán por la izquierda.)

Marc.

(A los guasones que quedan aterrados.) ¡Picavea ha subido al cielo!

(Telón.)

FIN DEL ACTO SEGUNDO


[p. 63]

Ilustración de adorno

ACTO TERCERO


Cuarto gimnasio en casa de don Gonzalo. Puertas practicables en primer término izquierda y segundo derecha. Un balcón grande al foro. Por la escena aparatos de gimnasia: escaleras, pesas, poleas, en la pared panoplias con armas y caretas de esgrima, y por el suelo una tira de linoleum y una colchoneta. Cerca del foro un «funchimbool» prendido del techo y del suelo. A la izquierda una mesita con una botella de agua y dos vasos. En primer término izquierda mesa, y encima algunos libros, periódicos, escribanía, carpeta, papel, caja con cigarros, etc., etc. En segundo término izquierda un bargueño, y en uno de sus cajones un revólver. Junto a las paredes, divanes; en la pared del primer término derecha una percha con dos toallas grandes. Sillas y sillón de cuero. Es de día. En el balcón, una gran cortina.

ESCENA PRIMERA

DON GONZALO y DON ARÍSTIDES

Aparecen los dos en traje de esgrima con las caretas de sable puestas. Don Arístides da a don Gonzalo una lección de duelo.

Arís.

Marchar, marchar.—Encima.—En guardia. (Don Gonzalo va ejecutando todos estos movimientos de esgrima que el profesor le manda.) Marchar.—Batir bajo.—Otra vez.—Uno, dos.—Una, dos, tres.—Marchar.—Finta de estocada y encima.—En guardia.—Romper.—Romper. (La segunda vez que don Gonzalo retrocede obedeciendo la voz de mando del profesor, tropieza con la mesita que habrá al foro y derriba los cacharros que habrá en ella.) Pero no tanto.

Gonz.

¡Demonio, qué contrariedad! En fin, adelante.

Arís.

Marchar cambiando. Estocada. Encima. Otra vez pare y conteste. Otra vez. Batir. Revés. Pequeño descanso. (Se quita la careta.)

[p. 64]

Gonz.

(Quitándosela también.) ¿Y cómo me encuentra usted, amigo Arístides?

Arís.

¿A qué hora es el duelo?

Gonz.

A las seis de la tarde.

Arís.

Se merienda usted al adversario. Seguro.

Gonz.

¿Estoy fuerte?

Arís.

Superabundantemente fuerte. Pétreo.

Gonz.

Picavea creo que no tira.

Arís.

Ni enganchado. Si se pueden emplear en estos lances los términos taurinos, diré a usted que en la corridita de esta tarde, más bien becerrada—por lo que al adversario se refiere,—se viene usted a su casa con una ovación y una oreja... más las dos suyas, naturalmente.

Gonz.

Pues a mí me habían dicho que Picavea, en cuestión de sable, era un practicón.

Arís.

Cuando estaba sin destino, sí, señor. Pero ahora... ¿lo sabré yo, que he sido su maestro?...

Gonz.

En fin, ¿reanudamos?

Arís.

Vamos allá. (Requieren las armas y vuelven a la lección.) Finta de estocada marchando.—Encima.—Romper.—Uno, dos.—Marchar.—Dos llamadas.

Gonz.

Con permiso. Un momento. Voy a llamar al criado que se lleve estos cacharros. (Hace que toca un timbre.)

Arís.

En guardia.—Uno, dos.—Marchar.—Revés.—Romper.—Encima, pare y conteste.—Marchar.—Batir.—Salto atrás.

Criado

¡Señor!

(No le hacen caso.)

Arís.

Marchar.—A ver cómo se para, vivo...

(Comienza un asalto movidísimo. Las armas chocan con violencia.)

Criado

(Vuelve a acercarse temeroso.) Señor... (Siguen el asalto, avanzando y retrocediendo, sin hacerle caso, y el Criado, viéndose en peligro, se pone una careta de esgrima y se acerca decididamente.) Señor...

Gonz.

¿Qué quieres, hombre?

Criado

No, yo es que como me ha llamado el señor...

Gonz.

Sí, hombre, que recojas esos cacharros.

Criado

Está bien, señor. (Los recoge sin quitarse la careta y luego se marcha huyendo de los golpes de sable que continúan.)

Arís.

Tajo.—Uno, dos.—Salto atrás.—Marchar.—Uno, dos, tres.—Salto atrás.—Marchar.[p. 65]—Estocada.—Bravo. (Quitándose la careta.) Con esto y los padrinitos que tiene usted, no hace falta más, porque creo que sus padrinos ¿son Lacasa y Peña?

Gonz.

Lacasa y Peña.

Arís.

Entonces las condiciones serán durísimas, estoy seguro.

Gonz.

Imagínese usted.

Arís.

Para intervenir esos, el duelo tiene que ser a muerte. No rebajan ni tanto así. Los conozco.

Gonz.

Además, las instrucciones que yo les he dado son severísimas: nada de transigencias, nada de blanduras.

Arís.

Pues no doy veinticinco centavos por la epidermis de Picavea.

(Se cambian las chaquetas de esgrima, don Arístides por su americana y don Gonzalo por una chaqueta elegante de caza.)

Gonz.

¡Oh, ese canalla!... ¿No sabe usted lo que hizo anoche en el Casino a última hora?

Arís.

Sabe Dios.

Gonz.

Abofeteó e injurió a Galán horriblemente.

Arís.

¡Qué bárbaro!

Gonz.

En tales términos, que Galán me ha escrito agradeciendo la defensa que hice de su honor pero recabando el derecho de batirse con Picavea antes que yo.

Arís.

No lo consienta usted de ninguna manera.

Gonz.

Ni soñarlo. Picavea ofendió en mi propia casa a mi hermana, proponiéndola una indignidad, valido de una calumnia. Yo soy, pues, el primer ofendido.

Arís.

Sin duda ninguna.

Gonz.

Lacasa y Peña harán valer mis derechos.

Arís.

¡Buenos son ellos!

Gonz.

Y además, cuando Galán le envió los padrinos, ¿sabe usted la condición que imponía Picavea para batirse?... ¡Pues que fuese cual fuese el resultado del lance, los dos habían de renunciar a mi hermana, so pretexto de no sé qué lirismos ridículos!...

Arís.

¡Es un hombre perverso!

Gonz.

Ni más ni menos. Pero figúrese el disgusto de la pobre Flora cuando supo por Marcelino que Galán quizás tuviese que aceptar la tremenda condición para que no pueda atribuirse su negativa a cobardía... ¡Un disgusto de muerte! En vano trato de tranqui[p. 66]lizarla. No descansa, no duerme, no vive. ¡Cuando más feliz se creía!... ¡y todo por culpa de ese miserable! ¡Ah, no tengo valor para hacer daño a nadie, pero la vida le hace a uno cruel, y como pueda mato a Picavea! Se lo juro a usted.

Arís.

Lo merece, lo merece... Pues, nada, don Gonzalo, hágame usted piernas y hasta luego. (Poniéndose el sombrero.) Voy a ver a Valladares, que está muy grave.

Gonz.

¡Ah, Valladares, sí; ya me han dicho... que se concertó el duelo en condiciones terribles!

Arís.

A espada francesa. Con todas las agravantes.

Gonz.

¿Y Valladares está en cama?

Arís.

Si se va o no se va. Y el adversario también.

Gonz.

¿También? ¿Y qué es lo que tienen?

Arís.

Gastritis tóxica por indigestión.

Gonz.

¡Ah!, ¿pero no es herida?

Arís.

No, no es herida, porque desoyendo mis consejos, en lugar de batirse, se fueron a almorzar al Hotel Patrocinio, y claro, les pusieron unos calamares en tinta que están los dos si se las lían. ¡Mucha más cuenta les hubiese tenido celebrar un duelo a muerte, como yo les propuse! A estas horas, los dos en la calle. ¡Pero calamares! ¡Quién calcula las consecuencias!... Son unos temerarios. ¡Le digo a usted!...

Gonz.

¡Ya, ya!... ¡qué gentes!

Arís.

Conque hasta luego; hágame piernas y no me olvide esa finta de estocada marchando, ¿eh?... Un, dos... a fondo. Rápido, ¿eh?... (Vase derecha.)

Gonz.

Sí, sí; descuide, descuide... (Vuelve y toca el timbre.) Voy a ver cómo sigue esa criatura. Cree que le ocultamos la verdad; que Galán es quien va a batirse y está que no vive. ¡Pobre Florita!... ¡Calle! ¡Ella viene hacia aquí!

ESCENA II

DON GONZALO y FLORA

Flora

(Por la izquierda, con una bata y el pelo medio suelto.) La felicidad es un pájaro azul, que se posa en un minuto de nuestra vida y que cuando levanta el vuelo, ¡Dios sabe en qué otro minuto se volverá a posar!

[p. 67]

Gonz.

¡Florita!

Flora

¡Ay, Gonzalo de mi alma!... (Llora amargamente abrazada a su hermano.)

Gonz.

¡Por Dios, Flora; no llores, que me partes el corazón!

Flora

El hado fatal cebose en mí... Clavome su garra siniestra.

Gonz.

¡Por Dios, Florita; si no hay motivo! No desesperes.

Flora

¿Que no hay motivo? ¿Que no desespere?... ¿Pero no te has enterado de lo que proyectan?

Gonz.

Me he enterado de todo.

Flora

Picavea ha impuesto la condición de que los dos han de renunciar a mí, sea cual fuere el resultado del lance, y claro, Galán se considera en la necesidad de aceptar para que no le crean un cobarde... ¡Y me dejarán los dos!... Y esto es demasiado, porque quedarme sin el que sucumba, bueno; pero sin el superviviente, ¿por qué, Dios mío, por qué?

Gonz.

No llores, Florita; no llores; estate tranquila, ya te he dicho que no se baten; yo sabré evitarlo.

Flora

¡Qué espantosa tragedia! Toda mi juventud suspirando por un hombre, y de pronto me surgen dos; venme, inflámanse, insúltanse, péganse y de repente se me esfuman. ¡Esto es espantoso!... ¡horrible! ¿Qué tendré yo, Gonzalo, qué tendré que no puedo ser dichosa?

Gonz.

Cálmate, Florita, que yo te juro que lo serás. Cálmate.

Flora

Si no puedo calmarme, Gonzalo, no puedo... porque encima de esta amargura, Maruja Peláez me ha hecho un chiste, ¡un chiste!... en esta situación... ¡miserable!... Dice que mi boda era imposible porque hubiera sido una boda de un Galán con una característica... ¡Figúrate!... (Llora amargamente.) ¡Yo característica!...

Gonz.

¡Infame!... ¡Escándalos, ultrajes, burlas... y todo sobre esta criatura infeliz! ¡No, no, Florita!... No llores, seca tus ojos. ¡Ni una lágrima más! ¡Bandidos!... No, yo te juro que te[p. 68] casas con Galán, te casas con Galán aunque se hunda el mundo, porque el que mata a Picavea soy yo... ¡yo!...

Flora

¡No, eso no, Gonzalo; eso tampoco! ¡A costa de tu vida cómo iba yo a ser dichosa!... No, déjalo; he tenido la desgracia de enloquecer a dos hombres... ¡lo sufriré yo sola!... Entraré en un convento...

Gonz.

¿Tú en un convento?

Flora

Sí, en un convento; profesaré en las Capuchinas... seré Capuchina... Ya he escogido hasta el nombre. Sor María de la Luz, creo que para una Capuchina...

Gonz.

¡Pero qué locuras estás diciendo!... Crees que lejos de ti podría yo vivir tranquilo... Calla, Florita, calla; ¡no me partas el alma!

ESCENA III

DICHOS, EL CRIADO y luego PEÑA y LACASA

Criado

(Por la derecha.) Señor...

Gonz.

¿Quién?

Criado

Los señores Peña y Lacasa.

Flora

¡Peña y Lacasa!... ¿Qué quieren? ¿Qué buscan aquí esos hombres siniestros?

Gonz.

Nada, nada... Déjame unos instantes. Luego hablaremos. Ten calma. Todo se resolverá felizmente. ¡Te lo aseguro!...

Flora

¡Ah, no, no!... La felicidad es un pájaro azul que se posa en un minuto de nuestra vida, pero levanta el vuelo...

Criado

¿Qué?...

Flora

No te digo a ti... ¿eres tú pájaro acaso? ¿O azul, por una casualidad?...

Criado

Es que creí...

Flora

¡Estúpido!

Gonz.

Que pasen esos señores.

Flora

Pero levanta el vuelo y Dios sabe en qué otro minuto se volverá a posar. ¡Ah!... (Vase por la izquierda.)

Criado

(Asomándose a la puerta derecha.) ¡Señores!... (Les deja pasar y se retira.)

Peña

¡Gonzalo!...

Lac.

¡Querido Gonzalo!

[p. 69]

Gonz.

Pasad, pasad y hablemos en voz baja. ¿Qué tal?

Lac.

¡Horrible!

Peña

¡Espantoso!

Lac.

¡Trágico!

Peña

¡Funesto!

Gonz.

¿Pero qué sucede?

Peña

¡Un duelo tan bien concebido!...

Lac.

¡Una verdadera obra de arte!

Peña

Tres disparos simultáneos apuntando seis segundos.

Lac.

Y cada disparo avanzando cinco pasos.

Peña

Y en el supuesto desgraciado de que los dos saliesen ilesos, continuar a sable.

Lac.

Filo, contrafilo y punta; a todo juego, asaltos de seis minutos... uno de descanso, permitida la estocada...

Peña

¡En fin, que no había escape! Un duelo como para servir a un amigo.

Lac.

¡Oh, qué ira! ¡La primera vez que me sucede!

Peña

¡Y a mí!

Gonz.

¡Bueno, estoy que no respiro!... ¿Queréis decirme al fin qué pasa?

Peña

¡Una desdicha! Que el duelo no puede verificarse.

Lac.

Todo se nos ha venido a tierra.

Gonz.

¿Pues?

Peña

Que no encontramos a Picavea ni vivo ni muerto.

Gonz.

¿Cómo que no?

Lac.

Ni ofreciendo hallazgo. Unos dicen que después de la cuestión le vieron salir de tu casa y desaparecer por la boca de una alcantarilla.

Peña

Otros aseguran que no fué por la boca, sino que desde que supo que tenía que batirse contigo, marchó a su casa por un retrato, tomó un kilométrico de doce mil kilómetros y se metió en el rápido.

Lac.

Corren distintas versiones.

Peña

Pero Picavea, por lo visto, ha corrido mucho más que las versiones, porque no damos con él por parte alguna; ¡ni con el rastro siquiera!

Lac.

¡Qué fatalidad!

[p. 70]

Gonz.

¿Habéis ido a su casa?

Peña

Lo primero que hicimos. Y dice la patrona que la misma noche de la cuestión llegó lívido, sin apetito y que a instancias suyas lo único que pudo hacerle tomar fueron unas patas de liebre, unas alas de pollo y un poco de gaseosa... cosas ligeras como ves, fugitivas...

Lac.

Y tan fugitivas.

Peña

Como que después de lo de las patas y las alas desapareció con un aviador; sospechan si para emprender el raid Madrid-San Petersburgo.

Gonz.

¡Miserable! Pone tierra por medio.

Lac.

Aire, aire.

Peña

Otros compañeros de hospedaje relatan que le oyeron preguntar qué punto de Oceanía es el más distante de la Península.

Gonz.

¡Cobarde!... ¡Ha huído!

Peña

¡Los datos son para sospecharlo!

Gonz.

¡Oh!, ¿veis?... Eso prueba que lo de Galán fué una calumnia... ¡Una repugnante calumnia! ¡Oh, qué alegría, qué alegría va a tener mi hermana!.... ¡Pobre Galán!... Yo que hasta había llegado a sospechar... ¡Le haré un regalo!

Lac.

¡Gonzalo, ese granuja nos ha privado de complacerte!

Peña

Gonzalo, no hemos podido servirte; pero si a consecuencia de este asunto tuvieses que matar a otro amigo, acuérdate de nosotros.

Gonz.

Descuidad.

Lac.

Te serviremos con muchísimo placer. Ya nos conoces.

Peña

¡Lances de menú o de papel secante, no!... Ni almuerzos ni actas. ¡Duelos serios, especialidad de Lacasa y mía!

Gonz.

Os estimo en lo que valéis. Gracias por todo. Adiós, Peña... Adiós, Lacasa.

Lac.

¡A dos pasos de tus órdenes!

Peña

Disparado por servirte. (Saludan. Vanse por la derecha.)

Gonz.

Ha huído. Era un calumniador y un envidioso. Voy a contárselo todo a Florita, se va a volver loca de alegría. ¡Oh! Ya no hay obstáculo para su felicidad. Dentro de un mes[p. 71] la boda. No la retraso ni un solo minuto. Y en cuanto a Galán, como compensación, le regalaré la estatua de Saturno comiéndose a sus hijos que tengo en el jardín. Dos metros de base por tres de altura. Está algo deteriorada, porque al hijo que Saturno se está comiendo le falta una pierna... pero en fin, así está más en carácter. (Vase por la izquierda.)

ESCENA IV

CRIADO, DON MARCELINO y NUMERIANO GALÁN, por la derecha

Criado

Pasen los señores. (Les deja paso y se va.)

Num.

¿Ha visto usted qué par de chacales esos que salían?

Marc.

Peña y Lacasa. Son los padrinos de Gonzalo. Iban furiosos y con un juego de pistolas debajo del brazo.

Num.

A cualquier cosa le llaman juego.

Marc.

Bueno, Galancito, ¿y a qué me traes aquí, si puede saberse?

Num.

Pues a que me ayude usted a convencer a don Gonzalo para que me deje batirme antes con Picavea. Si no, estamos perdidos.

Marc.

Me parece que no conseguimos nada. ¡Tú no sabes cómo está Gonzalo!

Num.

Entonces, ¿qué hacemos, don Marcelino, qué hacemos?

Marc.

A mi juicio, lo primero que hay que hacer es el borrador para la esquela de Picavea; porque Picavea sube hoy al cielo. A patadas, pero sube.

Num.

¡Ay, Dios mío!... ¿Y Florita estará?...

Marc.

Medrosa del todo. Desde que supone que Picavea y tú vais a batiros por ella, se ha puesto mucho más romántica.

Num.

¡Qué horror!

Marc.

Se ha soltado el pelo o por lo menos el añadido, ha extraviado los ojos en una forma que ni anunciándolos en los periódicos se los encuentran y anda deshojando flores por el jardín y preguntándoles unas cosas a las margaritas, que un día le van a contestar mal, lo vas a ver.

[p. 72]

Num.

¡Virgen Santa!

Marc.

Y se ha encerrado en este dilema pavoroso: «O Galán o Capuchina.»

Num.

(Aterrado.) ¿Y qué es eso?

Marc.

¡No sé, pero debe ser algo terrible!

Num.

¡Ay, qué miedo! ¡Por Dios, don Marcelino, ayúdeme usted a convencer a don Gonzalo! ¡Sálveme usted! ¡Estoy desesperado! ¡Maldita sea!... De algún tiempo a esta parte todo se vuelve contra mí, ¡todo!... (Furioso, da un puñetazo al funchimbool, y, naturalmente, la pelota se vuelve contra él.) ¡Caray!... ¡Hasta la pelota!...

Marc.

¡Calla, Gonzalo viene!

Num.

¡Elocuencia, Dios mío!

ESCENA V

DICHOS y DON GONZALO, por la izquierda

Gonz.

(Tendiéndoles las manos.) ¿Ustedes?

Marc.

Querido Gonzalo, vengo porque no puedes imaginar lo que está sufriendo este hombre.

Gonz.

¿Pero por qué, amigo Galán, por qué?

Num.

¡Ah, don Gonzalo, una tortura horrible me destroza el alma! Usted sabe como nadie, que el honor es mi único patrimonio; por consecuencia, de rodillas suplico a usted me permita que sea yo el que mate a ese granuja que aquella noche nefasta enlodó mi honradez acrisolada...

Gonz.

Bueno, Galán, pero...

Num.

¡No olvide usted que el miserable dijo que yo tenía no sé qué de Segunda, y yo no tengo nada de Segunda, don Gonzalo, se lo juro a usted!...

Gonz.

No, hombre, si lo creo... Y por mí mátelo usted cuando quiera, amigo Galán.

Num.

(Abrazando a don Gonzalo.) ¡Gracias, gracias! ¡Oh, qué alegría! ¡Ser yo el que le atraviese el corazón!

Gonz.

Lo malo es que no va usted a poder.

Marc.

(Aterrado.) ¿Le has matado tú ya?

Gonz.

No me ha sido posible.

[p. 73]

Num.

¿Entonces, por qué no voy a ser yo el que le arranque la lengua?

Gonz.

Porque se la ha llevado con todo lo demás.

Num.

¿Cómo que se la ha llevado?

Marc.

¿Qué quieres decir?

Gonz.

(Riendo francamente.) Sí, hombre, sí. Sabedlo de una vez. ¡Picavea, asustado de su crimen, ha huído!

Los dos

(Con espanto.) ¿Que ha huído?...

Gonz.

¡Ha huído!

Marc.

¡Pero no es posible!

Num.

¡Eso no puede ser, don Gonzalo!

Gonz.

Y en aeroplano, según me aseguran.

Marc.

¡Atiza!

Num.

¡Que ha huído!... ¡Dios mío, pero está usted oyendo qué canallada!

Marc.

¡Qué sinvergüenza!

Num.

¡Irse y dejarme de esta manera! ¡Es esto formalidad, don Marcelino!

Gonz.

¡Cálmese, amigo Galán!

Num.

¡Qué voy a calmarme, hombre!... ¡Esto no se hace con un amigo... digo, con un enemigo!... (A don Marcelino.) ¡Irse en aeroplano!

Marc.

(Aparte.) (¡Y no invitarte!...) Ya, ya... ¡qué canalla!

Gonz.

Calme, calme su justa cólera, amigo Galán. Su honor queda inmaculado, y puesto que la dicha renace para nosotros, no pensemos ya sino en la felicidad de Florita y de usted; porque mi deseo es que se casen a escape.

Num.

Hombre, don Gonzalo, yo a escape, la verdad...

Gonz.

No quiero que surjan otros incidentes. La vida está llena de asechanzas. Acaba usted de verlo.

Marc.

Bueno, pero Galán lo que desea es un plazo para...

Gonz.

No le pongo un puñal al pecho, naturalmente; pero, vamos, ¿le parecería a usted bien que para la boda fijáramos el día del Corpus? Faltan dos meses.

Num.

Hombre, Corpus, Corpus... No tengo yo el Corpus por una fecha propicia para nupcias... no me hace a mí...

Gonz.

¿Entonces, quiere usted que lo adelantemos para la Pascua?

[p. 74]

Num.

¡Qué sé yo!

Gonz.

¿Tampoco le hace a usted la Pascua?

Num.

Como hacerme, sí me hace la Pascua, pero, vamos, es que yo... es que yo, don Gonzalo, la verdad, quiero serle a usted franco, hablarle con toda el alma.

Gonz.

Dígame, dígame, amigo Galán.

Num.

¿Dice usted que Picavea ha huído?

Gonz.

Ha huído. Indudable.

Num.

Pues bien, yo tengo que decirle a usted que hasta que ese hombre parezca y yo le mate, yo no puedo casarme, don Gonzalo.

Gonz.

¡Por Dios, es un escrúpulo exagerado!

Num.

Hágase usted cargo, si yo no vuelvo por los fueros de mi honor, ¿qué dignidad le llevo a mi esposa?

Marc.

Hombre, en eso el muchacho tiene algo de razón.

Num.

Ahora, eso sí, don Gonzalo, que parece Picavea, y al día siguiente la boda.

Criado

(Desde la puerta.) El señor Picavea.

Gonz.

¿Qué?

Criado

Su tarjeta.

Gonz.

(La toma y lee.) ¡Picavea! (Mostrándoles la tarjeta.)

Los dos

¡¡Picavea!!

(Galán cae aterrado sobre una silla.)

Gonz.

Se conoce que han aterrizado. (Al Criado.) ¿Y este hombre?...

Criado

Aguarda en la antesala. Debe encontrarse algo enfermo. Está pálido, tembloroso. Me ha pedido un vaso de agua con azahar. Por cierto que al ir a traérsela he visto que escondía todos los bastones del perchero.

Gonz.

¡Ah, canalla!

Criado

Dice que tiene algo extraordinario y urgente que decirle al señor, y que le suplica de rodillas si es preciso, que le reciba...

Gonz.

Yo no sé hasta qué punto será correcto...

Criado

Dice que se acoge a la hidalguía del señor.

Gonz.

Basta. Dile que pase.

Num.

¿Pero le va usted a recibir?

Gonz.

¡Qué remedio!... ¿No oye usted cómo lo suplica?

Num.

(Aparte a don Marcelino.) ¡Estoy aterrado! ¿A qué vendrá ese bruto?

Marc.

(No me llega la camisa al cuerpo.)

[p. 75]

Gonz.

Vosotros pasad a esa habitación y oid. Y por Dios, Galán, conténgase usted oiga lo que oiga. Marcelino, no le abandones.

Marc.

Descuida. (Vanse izquierda.)

ESCENA VI

DON GONZALO y PICAVEA; luego DON MARCELINO y NUMERIANO GALÁN

Pic.

(Dentro.) ¿Da... da... da... dada... dada... usted su per... su permiso?

Gonz.

Adelante. (¡Dame calma, Dios mío, que yo no olvide que estoy en mi casa! Apartaré este sable, no me dé una mala tentación...) (Coge un sable para retirarlo.)

Pic.

(Asomando la cabeza.) Muy bue... ¡Caray! (Se retira en seguida al ver a don Gonzalo con el sable.)

Gonz.

¿Pero qué hace ese hombre? (Alto.) Pase usted sin miedo.

Pic.

¡Papa... papa... pa... pasaré, sí, señor; pe... pe... pero sin miedo es impopo... es imposible!... Com... com... comprendo su... su indignación, don Gon... don Gonzalo, y por eso...

Gonz.

Sí, señor, mi indignación es mucha y muy justa, pero acogido a la hospitalidad de estas nobles paredes, nada tiene usted que temer por ahora. Tranquilícese y diga cuanto quiera.

Pic.

Don Gon... don Gon... don Gonzalo, yo no sé cómo agradecer a usted que me haya re... re... recibido después de la su... su... susu...

Gonz.

Abrevie usted los períodos; porque entre la tartamudez y la abundancia retórica no acabaríamos nunca.

Pic.

Lo que quiero decir es que mi gratitud por la bondad de recibirme...

Gonz.

Nada tiene que agradecerme. Cumplo con mi deber de caballero. Hable.

Pic.

(Cayendo súbitamente de rodillas a los pies de don Gonzalo.) ¡Ah, don Gonzalo... escúpame usted, máteme usted!... Coja usted una de esas nobles tizonas y déme usted una estocada.

Gonz.

Señor mío, eso no sería digno...

Pic.

Pues una media estocada... ¡un bajonazo!...[p. 76] ¡Sí! ¡Lo merezco, don Gonzalo, lo merezco por buey!

Gonz.

¿Pero qué está usted diciendo?

Pic.

La verdad, don Gonzalo, vengo a decir toda la verdad. Yo seguramente habré aparecido a los ojos de usted como un canalla.

Gonz.

Se califica usted con una justicia que me ahorra a mí esa molestia.

Pic.

Pues bien, don Gonzalo, de todo esto tiene la culpa...

Gonz.

Ya sé lo que va usted a decirme, ¿que tiene la culpa el que mi hermana le ha vuelto a usted loco?

Pic.

¡Quiá, no, señor, qué me ha de volver a mí la pobre señora!... Yo sólo siento por ella una admiración simplemente amistosa.

Gonz.

¿Entonces, por qué dió usted lugar a aquella trágica escena?

Pic.

Yo, don Gonzalo, todo lo que dije y lo que hice, lo hice y lo dije por salvar a Galán únicamente.

Gonz.

¿Cómo por salvar a Galán?... ¡No comprendo!... Salvar a Galán, ¿de qué?...

Pic.

Es que Galán—usted perdone—pero a Galán tampoco le gusta su hermana de usted.

Gonz.

(Con tremenda sorpresa.) ¿Eh?... ¿cómo?... ¿qué está usted diciendo?

Pic.

Que no le gusta.

Gonz.

¡Pero este hombre se ha vuelto loco!

Pic.

No, don Gonzalo, no. Ustedes, Galán y yo hemos sido víctimas de un juego inicuo, y permítame que le suplique toda la calma de que sea capaz para escucharme hasta el fin.

Gonz.

(Con ansiedad.) Hable, hable usted pronto.

Pic.

Don Gonzalo, la declaración amorosa que recibió Florita no era de Galán.

Gonz.

¿Cómo que no?

Pic.

Fué escrita por Tito Guiloya, imitando su letra para darle una broma de las que han hecho famoso al Guasa-Club.

Gonz.

¿Oh, pero qué dice este necio?... ¿Qué nueva mentira inventa este canalla?... (Va a acometerle.)

Pic.

¡Por Dios, don Gonzalo!...

Gonz.

Yo te juro que vas a pagar ahora mismo...

[p. 77]ESCENA VII

DICHOS, NUMERIANO GALÁN y DON MARCELINO

Num.

(Saliendo.) Deténgase usted, don Gonzalo. Este hombre dice la verdad.

Gonz.

(Aterrado.) ¿Qué?

Marc.

Una verdad como un templo, Gonzalo.

Gonz.

¿Pero qué dices?

Marc.

Mátanos, desuéllanos... porque cada uno tiene en esta culpa una parte proporcional. Este por debilidad, por miedo; éste por inducción; yo por silencio, por tolerancia... pero lo que oyes es la verdad.

Gonz.

(Como enloquecido.) ¿Pero no sueño?... ¿pero es esto cierto, Marcelino?

Num.

Sí, don Gonzalo; hemos sido víctimas de una burla cruel. Yo no me he declarado jamás a su hermana de usted. Yo no he tenido nunca intención de casarme con ella, porque ni mi posición ni mi deseo me habían determinado a semejante cosa.

Gonz.

¿De modo que es verdad?... ¿de modo que?...

Marc.

Han sido esos bandidos, Tito Guiloya, Manchón y Torrija, los que, aprovechando hábilmente una situación equívoca que ya te explicaré, y con propósitos de insano regocijo, de burla indigna, fraguaron esta iniquidad... ¡Una broma del Casino!

Gonz

¡Dios mío!

Num.

Y yo también soy culpable, don Gonzalo, lo reconozco. Soy culpable, porque debí, en el primer momento, decir a ustedes lo que pasaba. Pero me faltó valor. Aparte la condición pusilánime de mi carácter, la acogida cordial, efusiva, que usted me dispensó, henchido de gozo por el bien de su hermana, a la que adora en términos tan conmovedores, me hizo ser cobarde y preferí aguardar a que una solución imprevista resolviera el conflicto.

Gonz.

(Repuesto del estupor, se levanta airado, violento, tembloroso.) ¡Ah!... ¡de modo que una burla!...[p. 78] ¡que todo ha sido una burla!... ¿Y por el placer de una grosera carcajada no han vacilado en amargar con el ridículo el fracaso de una vida?... ¡Y para este escarnio cien veces infame, escogen a mi hermana, a mi pobre hermana, alma sencilla cuyo único delito es que se resiste a perder el derecho a una felicidad que ha visto disfrutar fácilmente a otras mujeres, sólo porque la naturaleza ha sido más piadosa con ellas! ¡Pues no, no será!

Marc.

¡Gonzalo!

Gonz.

No será; y a este crimen de la burla, frío, cruel, pérfido, premeditado... responderé yo con la violencia, con la barbarie, con la crueldad. ¡Yo mato a uno, mato a uno, Marcelino, te lo juro!...

Marc.

¡Cálmate, cálmate, por Dios, Gonzalo!...

Gonz.

No puedo, no puedo calmarme, Marcelino, no puedo. ¡Burlarse de mi hermana adorada, de mi hermana querida, a la que yo he consagrado con mi amor y mi ternura una vida de renunciaciones y de sacrificios! De sacrificios, sí. Porque vosotros, como todo el mundo, me suponéis un solterón egoísta, incapaz de sacrificar la comodidad personal a los desvelos e inquietudes que impone el matrimonio. Pues sabedlo de una vez: nada más lejos de mi alma. En mi corazón, Marcelino, he ahogado muchas veces—y algunas Dios sabe con cuánta amargura—el gérmen de nobles amores que me hubiesen llevado a un hogar feliz, a una vida fecunda. Pero surgía en mi corazón un dilema pavoroso; u obligaba a mi hermana a soportar en su propia casa la vida triste de un papel secundario, o había yo de marcharme dejándola en una orfandad que mis nuevos afectos hubiesen hecho más triste y más desconsoladora. ¡Y por su felicidad he renunciado siempre a la mía!

Marc.

Eres un santo, Gonzalo.

Gonz.

Hay más. Esta es para mí una hora amarga de confesión; quiero que lo sepais todo, todo... Yo he llegado por ella, entiéndelo bien, sólo por ella hasta el ridículo.

[p. 79]

Marc.

¡Gonzalo!...

Gonz.

(Con profunda amargura.) Sí, porque yo, yo soy un viejo ridículo, ya lo sé.

Marc.

¡Hombre!...

Gonz.

Sí, Marcelino, sí; hasta el ridículo. Un ridículo consciente, que es el más triste de todos. Yo, y perdonadme estas grotescas confesiones, yo me tiño el pelo; yo, impropiamente, busco entre la juventud mis amistades. Yo visto con un acicalamiento amanerado, llamativo, inconveniente a la seriedad de mis años. Y todo esto que ha sido y es en el pueblo motivo de burla, de chacota, de escarnio, yo lo he padecido con resignación y lo he tolerado con humildad, porque lo he sufrido por ella.

Marc.

¿Por ella?

Gonz.

Sí, por ella. Como entre Florita y yo la diferencia de años es poca, las canas, las arrugas, los achaques en mí la producían un profundo horror, una espantosa consternación. Veía en mi vejez acercarse la suya y yo entonces quise parecer joven solamente para que Florita no se creyese vieja. Y para atenuarla el espectáculo del desastre, puse sobre esta cabeza que para ser respetada debía ser blanca, y sobre este cuerpo ya caduco unas ridículas mentiras que conservaran en ella la pueril ilusión de una falsa juventud. Esto ha sido todo. (Llora.)

Marc.

(Conmovido.) ¡¡Gonzalo!!...

Pic.

Don Gonzalo, perdón; somos unos miserables.

Num.

Usted es un santo, don Gonzalo, un santo, y si no le pareciese absurdo lo que voy a decirle, yo me ofrezco a reparar esta broma infame casándome con Florita, si usted quiere.

Gonz.

No, gracias, amigo Galán; muchas gracias. Pasado ese impulso generoso de su alma buena, quedaría la realidad; mi hermana con sus años... usted con su natural desamor... Imagínese el espanto. Quedémonos en el ridículo, no demos paso a la tragedia.

Num.

Sí, sí, don Gonzalo, lo comprendo; pero por lo que se refiere a Tito Guiloya, a Manchón,[p. 80] a Torrija... a todos los del Guasa-Club, yo ruego a usted que me conceda el derecho a una venganza bárbara, ejemplar... a una venganza...

ESCENA VIII

DICHOS, el CRIADO, luego TITO GUILOYA, puerta derecha

Criado

Señor... este caballero.

Gonz.

(Leyendo la tarjeta.) ¡Hombre!... ¡Dios le trae! Aquí le tenemos.

Marc.

¿Quién?

Gonz.

Tito Guiloya.

Pic. y Num.

¡¡Él!!

Gonz.

Viene a continuar la burla.

Pic.

(Coge un sable.) Pues permítame usted que yo...

Num.

(Coge una espada.) Y déjeme usted a mí que le...

Gonz.

Quietos. En mi casa, y en cosas que a mí tan tristemente se refieren, yo soy quien debo hablar.

Marc.

Pero por Dios, Gonzalo...

Gonz.

Descuida, estoy tranquilo.

Num.

Pero nosotros...

Gonz.

Métanse ustedes ahí. Les suplico un silencio absoluto. (Al Criado.) Que pase ese señor. (Se meten los tres detrás de las cortinas de la ventana de modo que al entrar el visitante no los vea.) Un silencio absoluto vean lo que vean y oigan lo que oigan.

Tito

(Desde la puerta.) ¿Da usted su permiso, queridísimo don Gonzalo?

Gonz.

Adelante.

Tito

Perdone usted, mi predilecto y cordial amigo, que venga a molestarle, pero... altos dictados de caballerosidad que los hombres de honor no podemos desatender me impelen a esta lamentable visita.

Gonz.

Tome asiento y dígame lo que guste. (Se sientan.)

Tito

Don Gonzalo, usted y yo somos dos hombres de honor.

Gonz.

Uno.

[p. 81]

Tito

Usted perdone, dos; o yo no sé matemáticas.

Gonz.

Sabe usted matemáticas. Uno. Adelante.

Tito

Bueno; pues yo vengo con la desagradable misión de convencer a usted, de que el señor Picavea, mi apadrinado, debe batirse, antes que con usted, con ese canalla, con ese reptil, con ese bandido de Galán, cuyas infamias probaremos cumplidamente.

Gonz.

¡Chits!... no levante usted la voz no sea que le oiga.

Tito

¿Pero cómo va a oirme?

Gonz.

Fíjese. (Galán le saluda con la mano.)

Tito

(Dando un salto.) ¡Carape! (Lleno de asombro.) ¿Pero qué es esto? (A Picavea.) ¿Tú aquí?... ¿Y con Galán?... ¿Pero no habíamos quedado en que yo vendría a buscar una solución honrosa al...? (Picavea hace un gesto encogiendo los hombros como el que quiere expresar: «qué quieres que te diga».)

Tito

¿Pero cómo se justifica la presencia aquí de Picavea cuando habíamos quedado en que tú...? (Galán hace el mismo gesto de Picavea.) Don Marcelino, yo ruego a usted que justifique esta situación inexplicable en que me hallo, porque es preciso que yo quede como debo. (Don Marcelino hace el mismo gesto.) ¿Es decir, que ninguno de los tres...? Señores, por Dios, que yo necesito que a mí se me deje en el sitio... (Los tres indican con la mano que espere, que no tenga prisa.) en el sitio que me corresponde, no confundamos. (Pausa. Ya muy azorado.) Bueno, don Gonzalo; en vista de la extraña actitud de estos señores, yo me atrevería a suplicar a usted unas ligeras palabras que hicieran más airosa esta anómala situación. (Don Gonzalo hace el mismo gesto.) ¡Tampoco!... ¡Caray!, comparado con esta casa el colegio de sordomudos es una grillera... ¡Caramba, don Gonzalo, por Dios... yo ruego a usted... yo suplico a usted... que acabe esta broma del silencio, si es broma, y que se me abra siquiera... un portillo por donde yo pueda dar una excusa y oir una réplica, buena o mala, pero una réplica! Yo hasta ahora no sé qué es lo que sucede. Hablo y la contestación que se me da es un movi[p. 82]miento de gimnasia sueca. (Lo remeda.) Interrogo y no se me responde.

Gonz.

(Se levanta y clavándole los ojos se dirige a él. Guiloya retrocede aterrado. Al fin le coge la mano.) Y más vale que así sea.

Tito

Don Gonzalo, por Dios, que yo venía aquí...

Gonz.

Usted venía aquí a lo que va a todas partes; a escarnecer a las personas honradas, a burlar a aquellos infelices que por achaques de la vida o ingratitudes de la naturaleza considera víctimas inofensivas de su cinismo.

Tito

(Aterrado.) ¿Yo?...

Gonz.

¡Usted!... Y por eso, creyéndonos dos viejos ridículos, ha cogido usted el corazón de mi hermana y el mío y los ha paseado por la ciudad entre la rechifla de la gente como un despojo, como un airón de mofa.

Tito

¿Que yo he hecho eso?... ¡Don Gonzalo, por la Santa Virgen!... Hombre, decidle, habladle, haced el favor. (Los tres el gesto.)

Gonz.

Pero para todos llega en la vida una hora implacable de expiación. Usted, hombre jovial, cínico, desaprensivo, cruel, no la sentía venir, ¿verdad?... Pues para usted esa hora ha llegado y es esta. Siéntese ahí.

Tito

(Muerto de miedo, tembloroso.) ¡¡Don Gonzalo!!

Gonz.

Siéntese ahí. Si usted estuviese en mi lugar y mi hermana fuera la suya y sintiera usted caer sobre su vida adorada ese dolor amargo y lacerante de la burla de todo un pueblo, ¿qué haría usted conmigo?...

Tito

¡Bueno, don Gonzalo, pero es que yo!... ¡Hombre, por Dios, salvadme!...

Gonz.

Aquí tiene usted papel, pluma y una pistola...

Tito

(Dando un salto.) ¡Don Gonzalo!

Gonz.

Si conserva un resto de caballerosidad, escriba una ligera exculpación para nosotros y hágase justicia.

Tito

(Enloquecido de horror coge la pistola tembloroso.) ¡Ay, por Dios, don Gonzalo, perdón!

Gonz.

¡Hágase usted justicia!

Marc.

¡Oye, pero hazte justicia hacia aquel lado que nos vas a dar a nosotros!

Tito

(Cayendo da rodillas.) Don Gonzalo, perdón.[p. 83] ¡Yo estoy arrepentido!... Yo juro a usted que no volveré más...

Gonz.

(Quitándole la pistola violentamente.) ¡Cobarde, mal nacido!... ¡Vas a morir!

Tito

(En el colmo del terror da un salto y se esconde detrás de los tres.) ¡Socorro!... ¡Socorro!... ¡Salvadme!

Num.

(Aterrado.) ¡Por Dios, don Gonzalo, desvíe el cañón... que está usted muy tembloroso!

Gonz.

¡Canalla! ¡Miserable!... ¡Que se vaya pronto, que se vaya o le mato!

Marc.

¡A la calle!... ¡a la calle! ¡Fuera de aquí!, ¡granuja!... (Le da un puntapié y lo echa puertas afuera.)

Pic.

Vamos a hacerle los honores de la casa... (Coge un sable y sale tras él.)

Num.

¡De la Casa de Socorro! (Coge otro sable y sale escapado.)

Gonz.

(Todavía excitado.) ¡Cobarde! ¡Infame! ¡Lo he debido estrangular... he debido matarlo!

Marc.

Cálmate, Gonzalo, cálmate. ¡No vale la pena! ¿Qué hubieras conseguido? Matas a Guiloya, ¿y qué?... Guiloya no es un hombre, es el espíritu de la raza, cruel, agresivo, burlón, que no ríe de su propia alegría, sino del dolor ajeno. ¡Alegría!... ¿Qué alegría va a tener esta juventud que se forma en un ambiente de envidia, de ocio, de miseria moral, en esas charcas de los cafés y de los casinos barajeros? ¿Qué ideales van a tener estos jóvenes que en vez de estudiar e ilustrarse se quiebran el magín y consumen el ingenio buscando una absurda similitud entre las cosas más heterogéneas y desemejantes?... ¿En qué se parece un membrillo a la catedral de Burgos? ¿En qué se parece una lenteja a un caballo al galope? Y, claro, luego surge rápida esta natural pregunta... ¿En qué se parecen estos muchachos a hombres cultos interesados en el porvenir de la patria? Y la respuesta es tan desconsoladora como trágica... ¡En nada, en nada; absolutamente en nada!

Gonz.

¡Tienes razón, Marcelino, tienes razón!

Marc.

Pues si tengo razón, calma tu justa cólera y piensa como yo, que la manera de acabar[p. 84] con este tipo tan nacional del guasón es difundiendo la cultura. Es preciso matarlos con libros, no hay otro remedio. La cultura modifica la sensibilidad, y cuando estos jóvenes sean inteligentes, ya no podrán ser malos, ya no se atreverán a destrozar un corazón con un chiste, ni a amargar una vida con una broma.

Gonz.

¡Ah!, ¡mi pobre hermana! ¡Qué cruel dolor! Pero ¿qué remedio? La llamaré. La diremos la verdad.

Marc.

No. La burla humilla, degrada. Proyecta un viaje, te la llevas y estáis ausentes algún tiempo. Y ahora si te parece la diremos que no has podido evitar el duelo; que Galán está herido; que aceptó la condición de Picavea; que no vuelva a pensar en él.

Gonz.

Sí, quizá es lo mejor. ¡Pero cómo va a llorar! ¡Ay, mi hermana!; ¡mi adorada hermana!

Marc.

¡Pobre Florita!

Gonz.

¡Qué amargura, Marcelino! ¡Ver llorar a un ser que tanto quieres, con unas lágrimas que ha hecho derramar la gente sólo para reírse! ¡No quiero más venganza, sino que Dios, como castigo, llene de este dolor mío el alma de todos los burladores!

(Telón.)

FIN DE LA OBRA


[p. 85]

OBRAS DE CARLOS ARNICHES



ÍNDICE


REPARTO 6
ACTO PRIMERO 7
Escena primera 7
Escena II 9
Escena III 11
Escena IV 12
Escena V 14
Escena VI 17
Escena VII 18
Escena VIII 19
Escena IX 22
Escena X 23
Escena XI 25
Escena XII 25
Escena XIII 27
Escena XIV 29
Escena XV 33
Escena XVI 36
ACTO SEGUNDO 39
Escena primera 39
Escena II 40
Escena III 42
Escena IV 44
Escena V 47
Escena VI 50
Escena VII 53
Escena VIII 55
Escena IX 57
Escena X 61
ACTO TERCERO 63
Escena primera 63
Escena II 66
Escena III 68
Escena IV 71
Escena V 72
Escena VI 75
Escena VII 77
Escena VIII 80
OBRAS DE CARLOS ARNICHES 85

 


Nota de transcripción

  • Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar. Para su detección se ha tenido en cuenta una edición posterior de esta obra.
  • Las inconsistencias ortográficas han sido normalizadas.
  • En las pp. 46, 63 y 72, se respeta la expresión «funchimbool» para referirse a lo que en una edición más reciente aparece como «punching-ball».
  • Se ha añadido al final un índice de contenidos que no existe en el original impreso.

 

 


***END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA SEÑORITA DE TREVELEZ***

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